Corría principios de los 90 cuando miles de españoles salieron a las calles para reivindicar que España destinase el 0,7% del PIB a los países en desarrollo. Lo que había comenzado con una huelga de hambre de cinco personas, desembocó en acampadas y manifestaciones por todo el país. Mucho tuvo que ver en esta oleada de solidaridad uno de los mayores genocidios del siglo pasado: la matanza de un millón de hutus por parte de los rebeldes tutsis en la región de los Grandes Lagos retransmitida prácticamente en directo por los medios de comunicación.


Antonio Mariscal recuerda perfectamente la movilización por el 0,7% porque coincidió con el momento en el que empezó a apadrinar con Ayuda en Acción. “Han pasado 20 años y en aquel momento ni siquiera era padre, pero pensé que aunque creamos que no podemos ayudar, cada uno de nosotros puede hacer algo para mejorar la vida de personas que lo necesitan”, nos cuenta. Para este vallisoletano de 54 años, que hoy tiene una hija llamada Eva, “apadrinar es un gran orgullo porque supone que en un lugar alejado estás ayudando a que un niño o niña tenga una oportunidad de desarrollo”.


"Apadrinar es un gran orgullo porque supone que en un lugar alejado estás ayudando a que un niño o niña tenga una oportunidad de desarrollo"


Antonio confía en que su historia ayude a despertar conciencias y, para ello, no se le ha ocurrido mejor manera que explicarnos su experiencia con el apadrinamiento a través de un cuento. Publicamos su relato íntegro:


Hace ya mucho tiempo, escuché una historia que, fuera cierta o no, causó impacto en mi conciencia. La historia transcurría en una playa del norte de España, que tras una fuerte galerna y una vez recuperada la calma, apareció cubierta de millares de “estrellas”. Las estrellas de mar se encontraban esparcidas por la arena de la playa y bastante alejadas del agua, por lo que su destino resultaba muy incierto.


Un par de lugareños, conocedores de los desastres que causan las galernas, decidieron que era un buen momento para dar un paseo y regocijarse en los estragos que suelen dejar estos eventos. Caminaban por la orilla cuando a lo lejos, vieron a un joven que corría desesperado, se metía en el agua hasta la cintura y desde allí lanzaba con fuerza un objeto. Volvía veloz hacia la arena, recogía otro objeto y con la misma premura volvía hasta el agua y lo lanzaba de nuevo. Al acercarse al lugar donde se afanaba el joven, sorprendidos e incrédulos, comprendieron lo que estaban viendo, se pararon y le inquirieron: “¡Eh, joven!, ¿no crees que es un poco pretencioso lo que estás haciendo?”. El joven paró un momento y acercándose a ellos les respondió: “Sí, es cierto, probablemente yo sea incapaz de salvar a tanta estrella, pero…” y mostrando la estrella que en ese momento llevaba en su mano, añadió: “ esta estrella, cuando por fin logre ponerla en lugar seguro y a salvo, algún día contará al resto, que una vez un desconocido, en lugar de quedarse mirando, contemplar su desgracia y sentir pena, le recogió de la arena, le llevo hasta el agua y le situó en su casa, en su esfera, junto al resto de las estrellas”.


Yo no entré a formar parte de los padrinos de Ayuda en Acción por notoriedad o por conveniencia. Siempre me conformé con que al menos un niño (mi apadrinado) supiera, que una vez alguien, que no importa quién fuera, escuchó a su conciencia que había que hacer algo para luchar contra la pobreza y emprendió un camino voluntario de entrega, que le llevó hasta llegar a esta historia que hablaba de las ESTRELLAS”.


¡Gracias por tu emocionante relato, Antonio, y por seguir apoyando la labor de Ayuda en Acción!