La crisis en Venezuela está empujando a los venezolanos a abandonar su país. Cruzan selvas insondables y mueren por cientos en esas travesías buscando cómo sobrevivir. Recorren América Latina, ya no como libertadores de un continente sino como víctimas huyendo de la devastación de su tierra.
Este es el relato de una Venezuela que se proyectaba y describía a sí misma como un país rico. Sin embargo, la realidad es otra.
Las claves de una crisis sostenida en Venezuela
Venezuela ocupa titulares de prensa desde 2015. La grave crisis que viene experimentando desde entonces ha impulsado a más de seis millones de personas a buscar refugio y asistencia humanitaria. En Venezuela se sigue experimentando hambre, desnutrición aguda y severa y la brecha de la desigualdad se expande cada día más. La incertidumbre del futuro se prolonga y deja a millones de personas con necesidad de ser asistidas. La salud, los servicios básicos como el agua y la crisis alimentaria mundial, provocada por la querra de Ucrania, pueden agravar este cuadro aún más en el corto y medio plazo.
El reto de la migración
Ante esta situación la salida es migrar a otros países. Pero el camino está cargado de riesgos e incertidumbre. Millones han salido en busca de refugio y esperanza.
Para quienes se han quedado en Venezuela, la imagen diaria es desoladora. Mujeres ancianas, ya casi sin fuerzas, deben cuidar a sus nietos y nietas porque sus progenitores han tenido que abandonar el país en busca de mejores oportunidades. Los pocos datos disponibles nos revelan que por lo menos un millón de niños y niñas han quedado al cuidado de otros familiares.
La infancia y adolescencia, futuro roto
El riesgo y el impacto que esto representa en el bienestar de la niñez es difícil de cuantificar. Pero la fotografía muestra la imagen de niños y niñas en las calles exponiendo su integridad física y psicológica ante depredadores y oportunistas. La explotación sexual de menores se ha incrementado y muchos adolescentes entablan relaciones con adultos para sustentar la carga económica en sus casas.
Les escuelas están tan deteriorados que no sirven ni como centros de enseñanza ni como lugares de refugio. Muchas están cerradas. Ya no hay educadores, han tenido que migrar, cambiar de oficio y vocación para poder sobrevivir, porque ganar cinco dólares al mes no es ganar y la escasez de sueldo ha terminado por devorar su motivación.
La debilidad de las instituciones
Las instituciones, que deberían proteger a la población, están muy debilitadas para cumplir su función y la economía apenas se sostiene a causa de un sistema político inestable e insensible que no es capaz de cubrir las necesidades básicas de su población. En mitad de este caos, la pandemia provocada por el coronavirus ha agravado todavía más los efectos de la crisis.
En los caminos quedan pueblos fantasmas que la gente ha abandonado por las escasas oportunidades para vivir o porque han sido tomados por grupos criminales que imponen su ley ante la ausencia del Estado. Algunos de estos territorios son llamados irónicamente "cuadrantes de paz", como hemos visto en la región de Barlovento del Estado de Miranda.
Las zonas populares de Caracas se debaten entre la violencia criminal de los grupos de delincuentes y las ejecuciones extrajudiciales de los cuerpos de seguridad del Estado.
Los hospitales ni siquiera cuentan con el material básico necesario. Las mujeres embarazadas tienen que llevar el kit de embarazo para dar a luz y el instrumental quirúrgico para cualquier operación.
Una crisis sostenida
Las historias de la gran mayoría de las personas en Venezuela hablan de separación familiar, del precio de las cosas, de la violencia en las fronteras y las carreteras, de enfermos o fallecidos, de familiares que se van a otro país, de la necesidad de emprender y buscar mejor vida. Pero sobre todo, de asegurar algo que comer.
Algunos medios hablan de una supuesta mejora económica en el país y que incluso la situación para muchos ha mejorado. “Ya no es como antes”, dicen algunos que han tenido un respiro y reciben algún tipo de ayuda de parientes de fuera del país o incluso algún tipo de asistencia humanitaria.
El relato de quienes se quedan
Trato de entender qué significa eso y pregunto a María Lourdes. Ella tiene 35 años y vive en el Tigre, Estado de Anzoátegui, la ciudad en donde yo nací y en donde sigue viviendo mi familia materna. Le pregunto qué es lo que ha cambiado y esto es lo que me cuenta: “antes hacíamos colas para poder comprar cosas esenciales como el papel higiénico, había trifulcas en los supermercados por los artículos que escaseaban. La diferencia es que ahora los anaqueles están llenos pero los salarios equivalen a un cartón de huevos ¡Ahora la moda son *bodegones! Yo no sé quién compra eso... ¿Cómo alimentas así a tu familia?”.
María Lourdes es madre de tres hijos. La menor, Patricia, tiene cuatro años y el peso de un bebé de dos: “yo no puedo comprarle leche y por eso le doy agua de arroz con azúcar que rinde y la llena más”, me cuenta. Otro testimonio es el de Javier Rodríguez, que me reconoce que “la diferencia es que antes uno tenía como más fuerzas y pensábamos que esto iba a pasar rápido, yo no sé cuándo esto se va a acabar, ya yo vendí todo lo que ahorré toda mi vida. Lo último que vendí es mi casita para poder pagarle la operación a mi mamá. Mi esposa se fue a Colombia hace dos años y ella nos manda algo. Tengo un hijo en Perú y el otro de 16 años se quedó conmigo y dice que apenas pueda, mejor se va para los Estados Unidos”.
Son millares las historias que escuchamos y vivimos de alguna manera. Lo que viene pasando en Venezuela no tiene precedentes en la región. Las estadísticas que conocemos no le hacen justicia al impacto y el dolor que vive mi país.
Mantener el compromiso de respuesta humanitaria
Venezuela está viviendo una crisis continuada y la gran capacidad de resiliencia que tienen los venezolanos está llegando a su límite. Es por eso que desde Ayuda en Acción creemos firmemente que debemos continuar con la asistencia humanitaria y buscando formas de crear otras soluciones más sostenibles. Si no, seguiremos viendo a una población en hambruna, desnutrición y con un aumento de todo tipo violencia y empeoramiento de la salud física y mental.
Desde mi punto de vista, la crisis sigue siendo urgente. El país necesita una reconstrucción desde lo estructural, desde sus instituciones y generar oportunidades que devuelvan la capacidad productiva de las personas. Los cambios que se requieren tienen que involucrar y fortalecer a la sociedad civil, al sector público y privado, crear enlaces y sistemas que permitan impulsar acciones e iniciativas que den respuesta a los problemas de urgencia y soluciones que generen desarrollo y bienestar.
*Los bodegones son tiendas que venden productos importados a altos precios en Venezuela, inalcanzables para la mayoría de la población.
(Artículo escrito por Carmen García, directora de programas en Venezuela).