Escribo recién enterado del fallecimiento del gran Marcos Ana, ejemplo de tanto en la reciente historia de mi país, y no puedo evitar acordarme en este instante de una de sus frases imprescindibles para mí: “No hay que renunciar a los proyectos, eso es el fin”. Y pienso que esa debe de ser, a buen seguro, la base moral de tantos cooperantes comprometidos en los programas, convencidos de que el verdadero compromiso, el que redunda en el beneficio real y duradero de las comunidades, no está sino en aquellos hombres y mujeres imprescindibles a los que se refiere Brecht, los imprescindibles, los que luchan toda una vida.
Es la conclusión que con contundencia se presenta ante mis ojos tras mi reciente viaje a Esmeraldas, la zona afectada por el terrible terremoto de esta primavera en Ecuador. Porque más allá de las trágicas cifras (670 muertos y más de 6.000 heridos) y del efecto devastador que sobre infraestructuras ha provocado el movimiento de tierra esta rica región, de la que sale el petróleo de uno de los principales países productores de crudo, es, paradójico a la vez, un paupérrimo ejemplo de justicia social, gobierno, ecología y reparto de riqueza.
Si alguien hubiera marcando el orden de los acontecimientos naturales podríamos decir que se equivocó de pleno porque el tremendo sismo le ha tocado a quien peor lo tenía. Alejada de la turística Guayaquil, del gran y desordenado Quito y de lo que podríamos considerar un estado en vías de desarrollo, a 5 horas de complicadas carreteras, Esmeraldas acumula déficits que trascienden con sobra los efectos del terremoto.
No solo de carreteras -las pocas que hay- ahora más destrozadas. Los bondadosos ecuatorianos que aquí residen, que sobreviven con platos de arroz día y noche y con la fruta que por fortuna les regala la selva, carecen de agua potable, se bañan y friegan en ríos contaminados, sus hijos van a escuelas unidocentes donde se juntan en un “aula” los de 5 y los de 16 años, el suelo de sus casas es el barro de la tierra, desconocen la planificación familiar y se llenan de hijos a tempranas edades… Todo esto ya estaba antes del trágico suceso de abril.
Carencias estructurales que, lejos de ser atendidas con la urgencia y humanidad debidas, se demoran indefinidamente con la excusa de que el tiempo, también aquí, se mide en lento. Problemas de verdad de gente muy auténtica, de buenas maneras, que, con permanente sonrisa, te da lo que no tiene. Familias enteras, que, al igual que sus ascendientes, no vieron nunca otra cosa que miseria y necesidades y que, precisamente por eso, jamás pusieron el grito en el cielo de los poderosos. Esa es la realidad escondida que aflora merced a la enorme atención mediática que ha suscitado la tragedia. Miren por donde el mundo desarrollado, siempre en busca de imágenes demoledoras, ha encontrado aquí, tras los escombros, una realidad tan contundente como desnuda. “Gracias al terremoto” -decía Ramiro Moncayo, un comprometido responsable de Ayuda en Acción-.
https://www.youtube.com/watch?v=pjTy2eQ9rFc
Bienvenidos sean ahora nuevos proyectos pero sepan que, desde hace 35 años una ONG española, convencida de que no hay ayuda efectiva si no perdura, trabaja sobre el terreno con resultados evidentes que atisban posibilidades reales de desarrollo. Yo he visto con la alegría que los reciben en las comunidades conscientes de la ayuda que les aportan, cómo los hacen partícipes de la ejecución de los programas para que sean ellos mismos los que los mantengan, me han contado emocionados las lágrimas que brotaban en sus mejillas el día en que en sus casas al fin abrieron el grifo y llegó el agua.
Todo gracias a los proyectos, que diría Marcos Ana, y a los imprescindibles de Bertolt Brecht. De la nómina de esos últimos déjenme que seleccione para esta ocasión a un grupo que en estos días ha reconciliado con la condición humana a este modesto periodista.
Pilar y José, compañeros de Ayuda en Acción en Andalucía; Rosina de Madrid; Alfredo, nuestro cámara; Ramiro y Liliana de Ayuda en Acción en Ecuador; Daysi, Dolores, Manuel, que están a pie de cañón en Esmeraldas... Necesitaría muchas páginas entre recuerdos y emociones para expresaros adecuadamente mi gratitud. Os ha bastado con una semana. Ante los ojos de la verdad, volver a creer es posible.