La invasión de Ucrania está poniendo en jaque la alimentación mundial: el hambre aumentará en el mundo. Millones de personas comen gracias a los campos de cultivo de Rusia y Ucrania. Pero el conflicto les está arrebatando el único pan que muchos se pueden llevar a la boca. Nunca es momento para la guerra, pero esta llega con una inseguridad alimentaria en niveles muy críticos después de dos años de pandemia, fenómenos climáticos extremos y demasiados conflictos. Más allá de la violencia, las pérdidas humanas y las graves consecuencias económicas que escuchamos cada día, el conflicto amenaza con elevar las cifras del hambre a niveles de la II Guerra Mundial.
Un mercado esencial para millones de personas
Ucrania y Rusia son dos pilares en el mercado mundial de alimentos. Juntas pueden llegar a representar hasta el 30% de las exportaciones mundiales de trigo, pero también el 4% del maíz, el 19% de la cebada –fuente de alimento para los animales– o el 52% del aceite de girasol. Además, los fertilizantes rusos abonan los campos de medio mundo. Pero la desconexión de Ucrania provocada por la invasión y las sanciones impuestas a Rusia pueden suponer un colapso alimentario a nivel mundial que perjudicará a las personas más vulnerables en los lugares más frágiles.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) estimaba en un informe de principios de marzo que el campo de Ucrania podría perder hasta un 30% de los cultivos. Muchos terrenos quedarán anegados por la guerra y otros tantos no se podrán cosechar por la falta de mano de obra. Pero además de afectar a la producción, las hostilidades amenazan también con reducir de manera drástica las exportaciones de la temporada 2022-2023 lo que provocará un desabastecimiento a nivel mundial y una elevada subida de precios, algo que ya está pasando.
La batalla también se libra en el campo
En los primeros días del conflicto el gobierno ucraniano prohibió la salida de grano del país para garantizar el alimento de la población. Eximió a los agricultores de la obligación de luchar para que siguieran trabajando en sus granjas y garantizar el acopio de alimentos en un conflicto que se prevé largo. Pero ahora, aunque las restricciones se han levantado, no hay forma de sacar el producto del país. El mar era la principal ruta hacia los mercados internacionales, pero el bloqueo de la flota rusa en el mar Negro impide que los barcos ucranianos zarpen. Solo queda la carretera o el tren, pero ambas vías son insuficientes para sacar la producción. Miles de toneladas de grano se encuentran almacenadas sin poder moverse.
Más hambre para los más vulnerables
Son demasiadas las economías en vías de desarrollo que dependen de los granos de Ucrania y Rusia. El alza de los precios de alimentos y energía sumados a la escasez de suministros condenarán al hambre a las economías de ingresos más bajos.
En 1961, con el objetivo de facilitar alimento a las personas refugiadas, desplazadas o víctimas de catástrofes, nació el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA). Se trataba de un programa proyectado para funcionar durante tres años cuya existencia, más de 60 años después, es vital. Cada día da de comer a 125 millones de personas que de otra manera no podrían alimentarse. Ucrania se había convertido en los últimos años en uno de sus mayores proveedores y desde Rusia también abastecen sus almacenes. Pero el cierre de los puertos y las sanciones bloquean la salida de 13,5 millones de toneladas de trigo y 16 millones de toneladas de maíz.
En un reciente informe el PMA advierte de que los altos precios de los alimentos limitarán la capacidad adquisitiva de las personas y aumentarán el costo también para el programa, lo que condicionará su respuesta precisamente cuando sea más necesaria. Esta situación podría dejar 2022 como un año de hambre catastrófica. En el informe Puntos críticos de hambre. Alertas tempranas de la FAO y el PMA sobre la inseguridad alimentaria aguda: perspectivas de enero a marzo de 2022 ya alertaba de la posibilidad de que la inseguridad alimentaria se deteriorara aún más en 20 países, los denominados puntos críticos. En 2021, 811 millones de personas necesitaron apoyo alimentario y 44 millones estaban al borde de la hambruna en 38 países.
El efecto de la guerra de Ucrania ya se ha dejado notar de manera grave en al menos 18 países de África. Pero también en Oriente Medio. Yemen, Afganistán, Etiopía o Siria son especialmente vulnerables. Mientras no llegue el alimento suficiente programas como el PMA se verán obligados a reducir las raciones, ya de por sí escasas, de millones de personas. No hay que olvidar, tampoco, que más de cuatro millones de personas se han visto obligadas a abandonar Ucrania y ahora son refugiadas en otros países. Y más de seis millones y medio están desplazadas y sin acceso seguro a alimentos.
El GHI 2021, diálogo y fortalecimiento de los sistemas para evitar hambre y conflicto
Conflicto y hambre están tristemente interconectados. El último informe “Global Hunger Index 2021”, de Alliance2015 ya alertaba de los conflictos como una de las barreras para alcanzar el objetivo hambre cero en 2030.
Los conflictos afectan a toda la cadena que integran los sistemas alimentarios, desde la producción hasta su consumo final. Pero el hambre no es solo una consecuencia directa de los conflictos. También es una causa de algunos de ellos. La lucha por el control de los recursos naturales que permiten la producción de alimentos son la mecha de muchos conflictos. En otras ocasiones, las tensiones generadas por el hambre que sufren grupos numerosos de población son el detonante que puede suscitarlo. Además, los efectos adversos del cambio climático y las consecuencias de la pandemia provocada por la COVID-19, amenazan con eliminar cualquier progreso que se haya hecho contra el hambre en los últimos años.
Desde la plataforma abogan por el diálogo de los actores implicados y el fortalecimiento de los sistemas y las iniciativas alimentarias de las comunidades como herramienta para evitar hambre y conflicto.
40 años fortaleciendo la seguridad alimentaria
Ayuda en Acción lleva 40 años trabajando para fortalecer los sistemas alimentarios de las poblaciones más vulnerables. La experiencia nos ha demostrado que aquellos programas centrados en fortalecer la resiliencia de las comunidades son los que mejor responden a la hora de mejorar la seguridad. Las poblaciones con mayor formación y capacidad para organizarse internamente, con redes de apoyo ya establecidas y acostumbradas al diálogo y al consenso para llevar a puerto proyectos comunitarios son las que tienen mayores fortalezas para responder a los retos del hambre y los conflictos.