“Me opongo a la violencia porque, aun cuando parece hacer el bien, el bien es solo temporal; y el mal que hace es permanente”. Este contundente argumento en contra de la violencia nació de la mente de Mahatma Gandhi, un activista político indio que terminó convirtiéndose en un icono mundial del pacifismo. Defender esta causa le costó la vida: Ghandi fue asesinado en Nueva Delhi tal día como hoy y para reivindicar su legado, cada 30 de enero se celebra en todo el mundo el Día Escolar de la No Violencia y la Paz.
Por desgracia, más de medio siglo después de su muerte, los mensajes de Ghandi siguen siendo tan necesarios como entonces. Los broncos debates que se desarrollaron cada día en la política son tan solo una muestra de la agresividad que predomina en el ámbito político no solo en nuestro país, sino en todo el planeta. También otros ámbitos (la economía, los medios de comunicación o las relaciones sociales) parecen regirse por la ley del más fuerte. De hecho, aunque no siempre seamos conscientes, estamos constantemente sometidos a múltiples violencias: pequeñas y grandes, manifiestas y latentes, visibles e invisibles. El peligro de acostumbrarse a convivir con ellas es que terminamos por naturalizarlas como parte de la vida, lo cual no es cierto: los conflictos sí son inherentes al ser humano, y por ello inevitables; la violencia como mecanismo para resolverlos no lo es. Y cuanto antes seamos conscientes de ello, mejor.
Educar para la paz
En su momento, uno de los aspectos más novedosos de la filosofía de Ghandi fue concebir la paz no solo como un fin, sino como un medio para acabar con la injusticia y la pobreza. Esta idea se resume en la que quizá sea su frase más repetida: “no hay camino hacia la paz, la paz es el camino”. En este punto, y sin ánimo de enmendarle la plana al mismísimo Mahatma, me atrevería a añadir que ese camino de la paz pasa inevitablemente por la educación. Es el único mecanismo con el que podemos conseguir que las próximas generaciones crezcan sabiendo que la violencia no es un recurso válido para la resolución de conflictos y que, como seres humanos, contamos con otras alternativas enormemente poderosas: el diálogo, la empatía y la escucha.
Así pues, una educación equitativa, inclusiva y de calidad es una herramienta imprescindible para la construcción de paz. En el caso de las sociedades afectadas por situaciones de conflicto y post-conflicto, la educación se convierte directamente en un salvavidas para los niños y niñas, que suelen ser especialmente vulnerables en este tipo de contextos, ya que permite:
- Proteger a los menores frente a los distintos tipos de violencia a los que se pueden ver sometidos. Entre ellos destacan el tráfico de menores, el reclutamiento como niños y niñas soldado, la prostitución, la trata o el matrimonio infantil.
- Normalizar la vida de los menores afectados por los conflictos, ayudándoles a superar la situación de estrés que atraviesan y a recomponer sus vidas. Se les dota de un espacio no solo de aprendizaje, sino también de juego y ocio en el que desarrollar una vida social adecuada con otros niños y niñas de su edad.
Sin llegar a ese extremo, en países como el nuestro tampoco nos libramos de nuestra dosis diaria de violencia, que ha llegado incluso a los centros educativos, donde miles de niños y niñas se enfrentan cada día al acoso escolar en las aulas. La educación nos ofrece la oportunidad de transformar la violencia en paz, transmitiendo una serie de valores que promueven la resolución no violenta de los conflictos: respeto, tolerancia, solidaridad, actitud crítica, compromiso, autonomía, diálogo, participación. La responsabilidad de desarrollar estas capacidades, de las que dependen que podamos convivir en sociedad de manera pacífica, debe empezar tanto en las familias y como en los centros educativos.
¿Qué podemos hacer?
Las organizaciones sociales llevamos tiempo trabajando en esta línea a través de la llamada Educación para la Ciudadanía Global (EPCG). En Ayuda en Acción hemos trabajado en una estrategia propia. Se trata de un proceso educativo que, entre otras cosas, promueve la transformación social y la construcción de paz a través del diálogo y la participación. La EPCG es una herramienta imprescindible en la educación para la paz, ya que contribuye a que los niños, niñas y jóvenes:
- Reconozcan y eviten actitudes como el racismo y la xenofobia, que son fruto del miedo a lo diferente. De esta manera, es posible generar climas de convivencia positiva, tolerancia y respeto a la diversidad en nuestras comunidades educativas de acogida.
- Reconozcan el valor de la diversidad, mediante la comprensión y el conocimiento: convivir solo es posible si sabemos que el otro existe, si descubrimos lo que nos une y tenemos en común, y aceptamos nuestras diferencias como una riqueza.
- Sean conscientes de la necesidad de acabar con las situaciones de violencia y discriminación en las aulas, como el acoso escolar, a través de la transmisión de valores como el rechazo a la violencia, la empatía y el respeto.
Desde la Campaña Mundial por la Educación (CME), una iniciativa que en España lidera Ayuda en Acción, llevamos más de veinte años defendiendo el derecho de todas las personas a acceder a una educación equitativa, inclusiva y de calidad, una educación que promueva la paz y que, como decía el propio Ghandi, saque a la luz lo mejor de cada persona. Por eso, un año más queremos celebrar el Día Escolar de la No Violencia y la Paz reivindicando la educación como derecho, pero también como palanca de cambio imprescindible para construir sociedades pacíficas. Os invitamos a transitar con nosotros ese camino de la paz y la educación para, juntos y juntas, “ser el cambio que querríamos ver en el mundo”.