En algún momento de nuestra infancia y adolescencia, todos hemos elucubrado sobre qué seríamos de mayores. Las respuestas en mi época iban desde astronauta (con Pedro Duque -por cierto, uno de nuestros socios en Ayuda en Acción, como único ejemplo exitoso de este sueño infantil); los consabidos futbolistas (quiero pensar que ahora ya hay candidatas gracias a los éxitos de los equipos femeninos) y los clásicos populares de médicos, ingenieros, policías, profesores, bomberos… Imagino que hoy en día estos clásicos aún perduran aunque alguno o alguna ahora querrán ser youtuber para desconcierto de sus padres. Pero también me gustaría pensar que hay sueños diferentes; como, por ejemplo, ser directora de orquesta, emulando a Pablo Heras-Casado, nuestro colaborador en el proyecto de lucha con la pobreza infantil en España, o que se están incrementando los sueños de muchas chicas que se proyectan en el futuro en profesiones técnicas y científicas.
Nuestras proyecciones cuando éramos niños y niñas se veían en muchos casos alentadas por los referentes adultos presentes en nuestros entornos o por el prestigio y reconocimiento social de las profesiones en cuestión; pero también venían alimentadas, sobre todo siendo adolescentes, por la creencia de poder conseguir los objetivos que nos propusiésemos si nos esforzábamos lo suficiente. Algo de esto ha cambiado en un contexto en donde más de 2,5 millones de niños y niñas en nuestro país viven bajo el umbral de la pobreza; o lo que es lo mismo, 1 de cada 3 niños en España están en riesgo de pobreza y exclusión.
Ahora, esa capacidad de soñar que nosotros tuvimos respecto a nuestro futuro, está siendo cercenada por este contexto de vulnerabilidad para ese tercio de nuestra población infantil. Según comienzan ya a detectar docentes y trabajadores sociales, se está extendiendo, en una parte creciente de esta población más vulnerable, la sensación de vivir en una sociedad que no se ocupa de ellos y que no responde a sus necesidades, generando una falta de esperanza en el futuro, una ausencia de aspiraciones que se comienza a asentar en una parte cada vez mayor de nuestra infancia.
Hace cuatro cursos académicos comenzamos nuestro programa “Aquí también”, alertados y alentados por la comunidad educativa de los colegios donde hablábamos a los chavales sobre la pobreza fuera de nuestro país. Igualmente, una parte de nuestra base social, concienciada sobre la creciente realidad de la pobreza infantil en España nos animó a comenzar este trabajo y, a fecha de hoy estamos presentes en 68 colegios de 11 comunidades autónomas, donde apoyamos a unos 9.000 niños y niñas de diferentes maneras; becas comedor, extraescolares, refuerzo escolar, material didáctico, mejora de la calidad educativa en contenidos tecnológicos como la programación y apoyo también a sus familias con programas de empleabilidad.
Este tipo de trabajo para atender las necesidades de los menores más vulnerables en España ha aumentado desde las organizaciones sociales, motivado, entre otros factores por la poca inversión pública en bienestar infantil, no solo en los años más duros de una crisis que todavía afecta a muchas personas en España, sino en los años anteriores, donde dicha inversión siempre ha estado por debajo de la media de los países de nuestro entorno. Actualmente, en los países de la Unión Europea se destina una media de 2,2% del PIB en proteger a la infancia; en España, solo un 1,4%.
La pobreza infantil en España: una pobreza que se hereda
Lo que nos cuentan educadores y trabajadores sociales es que en entornos de vulnerabilidad y exclusión, la atención que reciben los niños y niñas no es suficiente para que puedan desarrollar todo el potencial que tienen. Muchos de ellos viven en ambientes difíciles en donde las carencias familiares y sociales afectan directamente a la proyección vital y académica, a esa visión que tienen sobre sí mismos cuando se proyectan en el futuro, ese qué voy/puedo ser de mayor.
Lo que está sucediendo es que, en estos grupos de población más vulnerables donde la pobreza infantil es una realidad, se hace cada vez más difícil encontrar referentes de adultos significativos y positivos en sus entornos, y al imaginarse de adultos aparece el temor de que, hagan lo que hagan, lo van a tener complicado para poder superar a sus padres en sus expectativas de tener una vida algo más cómoda y con menores necesidades. Esos padres y madres que pelean por la supervivencia, en muchas ocasiones desempleados o con empleos precarios y que, en el mejor de los casos, no pueden dedicarles el tiempo y atención que requieren.
Estamos también hablando de hogares en donde la vulnerabilidad y la exclusión han enrarecido el ambiente familiar, en los que puede latir la violencia o la despreocupación absoluta, que es otra forma de violencia. Se desatiende la supervisión de los hábitos de estudio fuera del horario escolar, bien porque los padres y madres no están suficientemente formados para dar este apoyo, bien porque simplemente no están en casa y no tienen recursos económicos para suplir esta ausencia con otras actividades para sus hijos. Una situación que produce frustración y puede originar el desenganche de la escuela, la llamada desafección educativa, que es un caldo de cultivo perfecto para el abandono escolar. Recordemos que la tasa de abandono escolar en España, un 20%, duplica a la media de la Unión Europea que está en un 11%.
Pero este fenómeno va más allá de los malos resultados académicos ya que también se traslada a un desinterés por lo social. Como comentaba anteriormente, se va construyendo un sentimiento de no ser parte de la sociedad y va consolidando la creencia de que hay dos mundos; por un lado, el de las personas que pueden disfrutar de todos los derechos y oportunidades que brinda nuestra sociedad; y por otro, el de aquellos que no lo harán y que, a lo sumo, quedarán en la posición de mano de obra barata y desechable al servicio del primer grupo. Los menores en riesgo de exclusión en nuestro país, comienzan ya a temer en qué grupo van a ubicarse en el futuro y lo corrobora el dato estadístico de ese 80% de niños y niñas que están viviendo hoy en situación de pobreza infantil en España y que también la sufrirá en su vida de adulto.
Toda esta situación es un factor más para la aparición o el incremento de los conflictos tanto en la escuela, como fuera de ella. Muchos de los menores en los centros en donde estamos presentes pasan gran cantidad de su tiempo libre en la calle o siendo educados por medios de comunicación no adecuados sin la supervisión de adultos.
La pobreza y la vulnerabilidad suponen pues, no solo la carencia de bienes y derechos para la infancia afectada en el presente y en el futuro, sino que, además, les roba a todos estos niños y niñas uno de los bienes más preciados de la infancia, la capacidad y el derecho de soñar.