Su mirada cayó al zapato. Era un zapato pequeño, de deporte, de niño. Estaba roto. Esta mirada refleja la realidad que viven muchos niños y niñas en España. Ellos son y han sido los más afectados por la crisis. Nos hemos trasladado a un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, a una realidad habitual que muchos profesores observan en sus aulas. No es ficción, muchos maestros nos cuentan estos problemas cotidianos.
Las tasas de pobreza infantil en nuestro país son de las más altas de Europa. España puede vanagloriarse de estar en muchos rankings, pero lamentablemente también ocupa el tercer puesto en pobreza infantil de la Unión Europea, tan solo por detrás de Rumanía y Grecia. Un “galón” contra el que luchamos día a día apoyando a las familias que se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión.
El 30% de la población infantil, por debajo del umbral de la pobreza en España
Según la última Encuesta de Condiciones de Vida publicada por el Instituto Nacional de Estadística, 2,6 millones de personas en España se encuentran en situación de pobreza severa, el 5,8% de la población. 2,6 millones de personas en nuestro país que no pueden afrontar gastos imprevistos como las visitas al oculista o al dentista, no son capaces de hacer frente a las facturas de la luz o cuya dieta no contiene suficientes proteínas. Esta realidad la viven muchas familias. Pero si nos fijamos con detalle en las cifras que hablan de la infancia, los datos son sobrecogedores: casi el 30 % de la población infantil vive por debajo del umbral de la pobreza en España, muy por encima de la población adulta. Muchos pequeños zapatos rotos. Demasiados.
Si preguntamos a la gente, 9 de cada 10 españoles considera un asunto prioritario acabar con la pobreza infantil en España, las cifras hacen mella, pero las políticas públicas no responden a estos deseos de la gente y todavía no son suficientes: la prestación por hijo a cargo es la más baja de la zona euro después de Grecia.
La pobreza infantil en España: una cuestión urgente
La pobreza infantil en España es una cuestión que urge solucionar y que atañe a cuestiones básicas de la vida. Nico no podrá ir a la excursión que tanto deseaba con sus compañeros de clase: el autobús cuesta demasiado caro para su familia. Carla no tiene derecho a una revisión en el dentista para que miren sus caries ni Ana puede estrenar unas gafas nuevas. Dani no podrá celebrar su cumpleaños y cuando llegue el verano la familia de Carlos se quedará pasando las vacaciones en su ciudad, sin poder salir a otros lugares ni conocer otros pueblos. Quizá Tomás no pueda ir a la Universidad o hacer el curso que tanto desea. Muchas de estas cuestiones afectan directamente al aprendizaje y al desarrollo social.
Si papá o mamá no tienen trabajo, los recursos se reducen, las posibilidades escasean y las oportunidades se ven mermadas. El ambiente familiar se enrarece y el rendimiento escolar puede bajar. Estas son realidades cotidianas de muchos menores que viven en España.
Sabemos que la pobreza pasa de padres a hijos, es una herencia invisible. Rebajar la desigualdad comienza por atajar la pobreza infantil; los niños siempre son los que sufren las peores consecuencias, pero tenemos un sueño: que todos puedan desarrollar sus habilidades y competencias y disfruten de las mismas oportunidades. Todos los niños deberían tener la ocasión de soñar. ¿Los pobres serían lo que son, si nosotros fuéramos lo que debiéramos ser?, señalaba en el siglo XIX la escritora Concepción Arenal. Tendríamos que ponernos en sus zapatos.