Una cita ya famosa del poeta Rainer Maria Rilke dice: “la única patria del hombre es la infancia”. La infancia se nos aparece ante nosotros, las personas adultas, más que como una época, como un territorio en el que habitamos un día y que llevamos con nosotros a lo largo de la vida, un lugar lleno de recuerdos que nos conforma.
La infancia, para bien o para mal, puede marcarnos toda la vida. Por eso es tan fundamental que todos los niños y niñas la disfruten como lo que son. Que jueguen, que aprendan, que se sientan queridos. Que tengan un espacio protegido de libertad, de participación y de sentirse miembros de la sociedad a la que pertenecen. Los derechos de la infancia protegen y enmarcan este territorio tan preciado para nuestras sociedades.
La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada como tratado internacional de derechos humanos el 20 de noviembre de 1989. A lo largo de 54 artículos se señalan los derechos de la infancia, garantías a las que deberían poder acceder sin obstáculos todos los niños y niñas del planeta. Solamente dos países, Estados Unidos y Somalia, no han ratificado la Convención.
Principios fundamentales de los Derechos de la Infancia
Los derechos de la infancia se basan en cuatro principios fundamentales:
La no discriminación.
Marca que todos los niños y niñas, sin importar su etnia, religión, lugar de origen, las ideas de sus familias, su condición física o psíquica, su género… tienen los mismos derechos.
El interés superior del menor.
Quiere decir que todas las leyes, políticas o decisiones que toman los gobiernos y que puedan afectar de cualquier modo a la infancia, deben tener siempre en consideración qué es aquello que es mejor para los niños y niñas y obrar en consecuencia.
Es fundamental, pues, que se conozca lo que tengan que decir. Por eso son tan relevantes los Consejos de infancia que, en el nivel normativo, deben de servir para escuchar la voz de niños y niñas en aspectos tan relevantes para ellos como la educación, la salud, el ocio, el urbanismo… En casos particulares, también es importante escucharles, por ejemplo contextos de separaciones o divorcios, o recientemente y en nuestro país, en los casos de las expulsiones de menores no acompañados. La solución que puede ser buena para una persona menor de edad, puede no serlo para otra.
El derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo.
El derecho de la infancia a crecer física y psíquicamente para que puedan tener oportunidades de alcanzar su máximo potencial en la vida.
La participación.
Pone el acento en que los niños y niñas son sujetos plenos de derecho. Como tales deben ser escuchados y consultados en aquellas situaciones que les afectan. En algunas ocasiones este principio básico de participación se ridiculiza desde la visión de que los niños y niñas no están preparados para entender el contexto global de lo que les afecta y que, por eso, las decisiones deben de ser tomadas siempre por las personas adultas.
La participación no implica que la infancia deba tomar todas las decisiones que les afectan, sino que esas situaciones se les puedan explicar con las suficientes adaptaciones para que puedan entenderlas. Y que, por supuesto, sus opiniones puedan ser tenidas en cuenta y, en el caso de no serlo, se les puedan explicar las decisiones. La madurez se alcanza de este modo.
La realidad de los derechos de la infancia
Sin embargo, la realidad es otra. Estos principios y derechos de la Convención, como el derecho a tener una educación de calidad, a disfrutar de la salud, de la vivienda, del juego o de vivir con seguridad, son inalcanzables para millones de niños y niñas en el mundo. La desigualdad y la exclusión en la que viven millones de personas en el planeta, las guerras y los conflictos, los desastres causados cada vez más por los efectos negativos del cambio climático, la violencia, los abusos, el mismo género o su etnia… Todo ello les impide acceder a estos derechos que deben garantizar los Estados.
En muchas ocasiones los niños y niñas alcanzan la edad adulta sin haber podido disfrutar de estos derechos, habiendo mermado sus capacidades para haber disfrutado de la infancia como niños y niñas. La mayoría de esos niños y niñas cuentan con una mala salud que probablemente lastre su futuro. Cuentan, así mismo, con una escasa o nula educación que les ha situado en el círculo vicioso de la pobreza de donde es tan complicado salir. Algunos incluso habrán sufrido violaciones horribles que han podido perjudicar, quizá de por vida, su salud psíquica y física, perdiendo en algunos casos incluso la oportunidad de llegar a la vida adulta.
Los Estados y las personas adultas debemos garantizar los derechos de la infancia. Debemos crear y cuidar ese territorio, ese país sin fronteras que debe de ser la niñez, un espacio que les permita vivir y crecer como niños y niñas y donde puedan desarrollar sus anhelos y sus sueños. Volviendo al poeta Rilke, necesitamos una infancia que pueda disfrutar de una buena patria querida y amada a lo largo de sus vidas y la que volver siempre con añoranza.