Seguramente, si ahora te pidieran que evocaras tu infancia, una sonrisa aparecería en tu cara de manera inmediata. Y es que, para la gran mayoría de las personas que vivimos en países desarrollados, la infancia es uno de los momentos más dulces de la vida, lleno de risas, ingenuidad y vivencias positivas. Fue el momento en el que comenzaste a ir al “cole”, los primeros amigos, los juegos hasta el atardecer en la calle, tus dibujos animados favoritos… ¿Cómo no vas a sonreír?
Pero, ciertamente, esta es una realidad que no todo niño vive, aunque debería. Actualmente hay en el mundo 152 millones de niños menores de 17 años obligados a trabajar, según la Organización Internacional del Trabajo. 152.000.000. Una cifra demasiado brutal. Para hacerlo aún más visual, esta cifra equivale a toda la población de España, Italia y Francia juntas. Pero ¿sabes qué es aún más brutal? Que no son números, son niños. Niños cuya infancia se ha visto truncada, niños trabajando, niños a los que se les ha obligado a convertirse en adultos demasiado pronto.
¿Qué es el trabajo infantil?
Cuando hablamos de niños trabajando no nos referimos, por desgracia, a que se encuentren haciendo los deberes o colaborando en las tareas del hogar. Este concepto se refiere a la realización de una actividad que priva total, o parcialmente, a los niños de vivir y disfrutar su infancia. Asimismo, son actividades dañinas para su salud, tanto física como mental, impidiendo un desarrollo adecuado.
Del mismo modo, se pueden diferenciar diversos tipos o formas de trabajo infantil, aunque todas ellas lo son. En primer lugar, se puede distinguir el que se lleva a cabo antes de la edad mínima establecida legalmente. Esta varía en función del país, siendo en España de 16 años. Otra forma es aquella en la que se incluyen prácticas inhumanas: esclavitud, trata de niños, prostitución, tráfico de drogas, etcétera. Por último, también se puede remarcar el trabajo forzoso, que es el relacionado con las actividades domésticas, llevadas a cabo durante demasiadas horas y o aquellos que requieren el uso de herramientas pesadas y peligrosas que un niño nunca debería utilizar.
Por tanto, como se puede apreciar, el trabajo infantil acarrea otras prácticas deleznables como son el abuso sexual, el maltrato, la pornografía o el tráfico de niños.
Repercusión en el niño explotado
Las consecuencias que sufre un niño al trabajar son irreparables, afectando a todas y cada una de las esferas de su vida.
En primer lugar, el tipo de trabajos que llevan a cabo se desarrollan en ambientes hostiles, en condiciones muy duras. Tienden a ser labores de gran desgaste físico ya sea por la carga de pesos o por la inhalación de sustancias tóxicas, por ejemplo. Esto provoca que el organismo, el cual está en pleno crecimiento hasta la pubertad, no pueda desarrollarse con normalidad: envejecimiento prematuro, talla muy inferior a la que debería tener para su edad acompañada de desnutrición, o secuelas físicas a modo de cicatrices o mutilaciones.
Pero las repercusiones no son solo a nivel físico, sino también mental. En un amplio número de casos, los niños que se encuentran trabajando caen en prácticas como la drogadicción, la cual les ayuda a evadirse y a superar el día a día. Asimismo, son muchos los niños que sufren trastornos de depresión y ansiedad, junto con un sentimiento de desamparo total; se sienten solos en un mundo que no les ofrece ningún tipo de protección y para el cual son totalmente invisibles.
Por último, en su esfera social, la afectación no es menor. Primero, son privados de la posibilidad de disfrutar de una educación, no tienen la oportunidad de asistir al colegio y así formarse académicamente, negándoles su futuro. Sus derechos, todos aquellos descritos y estipulados en la Declaración de los Derechos del Niño – aprobada por la ONU en 1959 – son negados y pisoteados en todo momento.
Repercusión del trabajo infantil en el conjunto de la sociedad
Hay que dejar claro que la explotación infantil está presente en todos los países, en mayor o menor medida. En el caso concreto de España, diferentes organizaciones estiman que alrededor de 150.000 menores trabajan, ya sea en tareas domésticas, agrarias, ganaderas o en el negocio familiar. Si bien es cierto que existen zonas geográficas en las que el problema supone la tónica, y no la excepción. En cada región adoptará una forma u otra de explotación, en función de la cultura y la tradición.
Tal es el caso del sudeste asiático, en el que las niñas son vendidas a mafias de la prostitución u obligadas a trabajar en fábricas textiles; en Europa son más frecuentes los casos de secuestro y trata; en África son comunes los casos de niños trabajando en minas, entre ellas aquellas de las que se extrae el coltán, un mineral indispensable para todos los aparatos electrónicos…; en América, los niños trabajan en la venta ambulante, forman parte del narcotráfico, etcétera.
Todas estas situaciones generan relaciones conflictivas en la sociedad, afectando a cada una de las personas y a sus interrelaciones. No podemos aspirar a ser una sociedad sana y empática mientras haya niños trabajando en las calles, en las trastiendas o en los campos. Es imposible conseguir un desarrollo óptimo, si este no repercute en todos y cada uno de los habitantes de una región. Y no se puede considerar al mundo un lugar justo, cuando permite que existan estas desigualdades tan atroces, en la que mientras unos viven en la abundancia, el resto es obligado a trabajar en condiciones impensables.
¿Cómo cambiarlo?
Para ello, hay que seguir trabajando en pos de la erradicación absoluta de estas actitudes. Se necesita voluntad de cambio y compromiso. Todo el mundo puede aportar su granito de arena, incluso tú. Ya sea de manera directa o a través de organizaciones no gubernamentales, el poder del cambio está en todos nosotros. Juntos podemos evitar que haya niños trabajando en el mundo, juntos podemos hacer este mundo un lugar mejor.