Durante tres meses he realizado una labor de voluntariado en Muyupampa, la capital del municipio de Villa Vaca de Guzmán, en la región del Chaco Chuquisaqueño de Bolivia (al Sureste de este país latinoamericano), de la mano de Ayuda en Acción y con la contraparte local Fundación Nor Sud. A veces pienso que estos tres meses de mi vida he estado “entre la nada y el más allá”: la comunidad es realmente pequeña y las infraestructuras para llegar allí son francamente desastrosas. Sin embargo, no se me ocurre un lugar mejor en el mundo: Muyupampa es “mi pequeño paraíso”.


El recibimiento y la integración en el pueblo fueron inmejorables desde el primer momento. Desde que me picó la Nigua (un bicho muy simpático, nada peligroso, pero con una picadura bastante dolorosa) me convertí en una muyupampeña más, y quise participar en todas aquellas actividades de la comunidad en las que pudiera aportar de una u otra forma, además de realizar el voluntariado que me llevó a este lugar.


El agua, eje de mi trabajo


El trabajo que realicé en Bolivia como voluntaria surge de la problemática existente en la región para el acceso y abastecimiento de agua, especialmente en los meses de verano, donde la escasez hídrica supone un grave problema. Mi labor consistió en realizar un estudio para calcular la cantidad de agua natural de la que se disponía en el municipio (en forma de ríos, quebradas, ojos de agua, reservorios…) y determinar si dicho volumen de agua era suficiente para abastecer las necesidades y demandas de la población, tanto para consumo como para riego y/o actividad ganadera, principales medios de vida para el municipio.


La primera conclusión que arroja el estudio que hice demuestra que el problema no reside exclusivamente en la falta de agua, sino también en el acceso a la misma. Y es que el municipio está conformado aproximadamente por unas 60 comunidades dispersas por todo el territorio. La mayoría de ellas no se encuentran asentadas cerca de afluentes o vertientes, y a ello se suma la falta de infraestructuras para canalizar el agua y poder dar suministro a la mayoría de la población.


Había mucho por hacer, además de lo meramente teórico. Por eso, me puse manos a la obra participando en proyectos que tuvieran que ver con la temática del agua: la construcción de tanques de ferrocemento que ahora son reservorios de agua, la construcción de sistemas de microrriego que permiten a la comunidad cultivar sus propias hortalizas o frutales sin que el agua sea un problema para su mantenimiento… Todo con lo que pudiera contribuir, estaba segura de que iba a repercutir en la mejora de la vida de los habitantes de estas comunidades.


Otra de las conclusiones que fui descubriendo todo ese tiempo fue que el agua carecía de calidad suficiente, ya que no existen sistemas de potabilización o filtrado de aguas. Como consecuencia de ello, gran parte de la población de estas comunidades presenta enfermedades en el aparato digestivo, con especial incidencia en la infancia. En los últimos meses se habían estado llevando a cabo tratamientos de desparasitación pero también campañas de sensibilización y concienciación entre la población, donde se les explicaba la necesidad de hervir el agua antes de ser consumida o de proteger las fuentes de agua para evitar su contaminación. Además, tuve la oportunidad de coincidir con un grupo de voluntarios (también de Ayuda en Acción) que tenían como misión principal repartir filtros potabilizadores de agua en escuelas y centros de salud de la zona.


Pero además de mi trabajo, centrado en el agua, he podido participar en otros proyectos que Ayuda en Acción lleva a cabo en la zona, como la sensibilización sobre la enfermedad del chagas, una de las enfermedades olvidadas pero que sin embargo, es endémica en esta zona del mundo; o en las mesas de salud, donde hemos sensibilizado sobre la necesidad de mantener condiciones de salubridad e higiene en las viviendas; o por supuesto, cómo olvidar los talleres de capacitación del personal docente junto con otra voluntaria.


La despedida


Mi despedida de Muyupampa fue para mí difícil y triste. El tiempo, además, no ayudaba: los últimos días el cielo se puso gris y llovió como nunca, quizás para acompañar mis lágrimas. Sin embargo, desde la distancia y con la cabeza fría, pienso que esas lágrimas no eran de tristeza sino realmente de alegría: alegría por haber vivido esta inolvidable experiencia, alegría por haber disfrutado como nadie de esta oportunidad, alegría por todo lo que he aprendido y, sobre todo, alegría por toda la gente que he conocido y el cariño que he recibido.


Antes de partir, me preguntaron sobre lo mejor y lo peor de esta experiencia. Lo mejor: todo; lo peor: nada. He vivido una experiencia que repetiría mil y una veces sin dudar.