Después de una primera etapa de 8 años en Ayuda en Acción, regresé a la que siempre he considerado mi casa con mucha ilusión. Uno de los encargos que recibí era coordinar el proyecto de voluntariado a terreno, lo que ha sido muy fácil por el equipo que hay en la sede, y viajar al Hogar Teresa de los Andes para coordinar un grupo de voluntarios que viajaba de Galicia, Burgos y Madrid.
En mi anterior etapa en Ayuda en Acción viajé a Honduras, Nicaragua y El Salvador… pero el Hogar no tiene comparación con nada de lo que he visto, ni en mi experiencia previa en cooperación ni en los últimos años en intervención social directa en España.
Es una experiencia impactante en la que se mezclan situaciones de exclusión social y abandono con pobreza y atención directa por la discapacidad física y psíquica de los chicos y chicas del centro. Es uno de los entornos más complicados que he visto en los casi 20 años de trabajo que llevo a mis espaldas… pero también he visto una sonrisa.
Y esa sonrisa es la que te hace cada día levantarte con ganas de entrar en los pabellones y encontrártela a cada rato. Son los niños y niñas los que mueven el centro, los que lo llenan de vida, los que te enseñan, los que te hacen reír y también llorar… y los que con esa sonrisa te hacen relativizar la falta de medios humanos y materiales que tiene el Hogar.
Los problemas en el Hogar no son pocos: el principal económico, lo que provoca cierta falta de medios materiales, insuficiencia de personal y falta de inversión para el mantenimiento de tan amplias instalaciones. También es muy complejo coordinar las tres áreas del Hogar, los equipos de cuidadores y educadores de los pabellones, la oficina que se encarga de la dirección y gestión y, por último, la escuela que lucha cada día por buscar la autonomía y el desarrollo de los chavales… y aun así, cuando parece que te mueves en el caos, las cosas terminan saliendo y aparece esa sonrisa.
Y esa sonrisa no tiene sólo un dueño, esa sonrisa unos días es de los niños, otros de una cuidadora o de un profe de la escuela y otros días de alguno de los compañeros de la oficina o de Valeria, nuestra querida compañera de Ayuda en Acción en el Hogar.
Estas semanas he tenido la suerte de compartir la experiencia con siete voluntarios y voluntarias que me han enseñado muchísimo y que me ha hecho olvidarme que estaba trabajando y coordinando un grupo. Nacho y Sandra, con su juventud, sus tablas y sus ganas. Elena y Diana, con su experiencia que nos han enseñado a todos lo que es tratar a estos chicos. Alicia, con su creatividad desbordante y su saber estar. Julián, con su madurez y su actitud infatigable. Y Julia, la junior del grupo, con su sonrisa… otra vez la sonrisa.
Desde esa primera reunión en el Hogar en la que sólo les pedí tres cosas válidas para cualquier experiencia de voluntariado (respeto, responsabilidad y actitud) todo ha ido rodado y los talleres de pintura, magia, terapia ocupacional, educación física, manualidades, cocina, RRHH y desarrollo organizacional… además del apoyo en los pabellones en los baños, desayunos, paseos y comidas han sid
o el resumen de estos días. ¡Gracias chicos!
A mitad de mes celebraba mi cumpleaños. Decidimos organizar una fiesta para todos los niños y niñas del Hogar para que viviéramos y celebráramos todos los cumpleaños del año juntos. Nos dedicamos a cocinar tortillas españolas y bizcochos, compramos sodas y todos los niños y niñas, los compañeros de la oficina, las educadoras de los pabellones y los profes de la escuela disfrutamos de una fiesta genial haciendo de un día cualquiera algo muy especial.
¿Y sabes qué? Apareció de nuevo la sonrisa… la mía.
Los testimonios de los voluntarios y voluntarias
Julia: “Ese momento en el que cambiando de ropa a Marcial, todo enfadado, le rozas la espalda y aparece una risa vivaracha, y descubres que tiene cosquillas y que se está volteando con el esfuerzo que ello le conlleva para que le hagas más”.
Julián: “Veinte días inolvidables, dando algo de esfuerzo por mi parte y recibiendo cariño y gratitud a manos llenas. Siempre llevaré el Hogar Teresa de los Andes en mi corazón”.
Alicia: “Una experiencia que me ha hecho caer directamente en la realidad de las personas que conforman el hogar, un sitio que hace que mi percepción de la vida cambie de significado y donde, como dice Daniel, una sonrisa es un regalo que transforma el día a día”.
Elena: “Me quedo con la ilusión y la esperanza que muchas familias y educadores ponen en este proyecto para que los niños puedan salir adelante y sobre todo con mi admiración ante la capacidad de los chicos de enfrentarse a las adversidades, de todo tipo, y seguir para adelante”.
Diana: “Una gran experiencia que me resulta difícil resumir. Sobre todo, me quedo con los niños y niñas que hacen del Hogar un sitio único, con sus ganas de reír, con los paseos y con los juegos improvisados. Me quedo con una gran sonrisa, la mía, por estos 20 días”.
Sandra: “La magia del Hogar Santa Teresa de los Andes envuelve y hace tanto reír como llorar. Detrás de cada uno de los pabellones se esconden historias tristes e injustas cuyos protagonistas logran eclipsar con la felicidad que irradian. Sin darnos cuenta, nos han robado el corazón y parte de él siempre les pertenecerá y, aunque estemos lejos, la colaboración de una forma o de otra les llegará”.
Nacho: “El Hogar Teresa de los Andes y la realidad de esa sociedad injusta que lo rodea, lo nutre y lo hace tambalearse le hacen a uno despertar, llorar, reír. Es difícil dejar de pensar, siquiera por un segundo, en la concepción de la vida humana, en la discapacidad, en la infancia y sus posibilidades y en el amor en todas sus formas. El amor de Susana al atusarse una barba inexistente, de José al ir corriendo a abrazarte o de Johny al asentir alegre cada vez que te ve a lo lejos, el amor del maravilloso equipo de voluntarios y por encima de todo el amor de los trabajadores del Hogar”.