Imagine que tiene la oportunidad de hacer un viaje que va a dejar una huella imborrable en su vida. Un viaje que no olvidará nunca. Puede hacerlo ahora mismo. No le hace falta equipaje. Sólo tiene que confiar en que estas líneas le pueden transportar a un lugar en el que no ha estado nunca, un sitio al que no llegan los turistas, un paraje muy remoto en el que va a conocer a personas que no va a olvidar.
¿Listo para salir? Tiene por delante un largo camino de doce horas que comienza a bordo de un avión trasatlántico. Bienvenidos a Bolivia. Un avión más modesto le llevará a continuación a la siguiente ciudad. A partir de ahí será cuando comience la verdadera experiencia. Tras un par de horas por carreteras asfaltadas descubriendo paisajes y pueblos desconocidos, el todoterreno llega a los caminos más abruptos. No están señalizados, tampoco tienen líneas que delimitan el arcén, por eso es tan importante viajar con la luz del día. El suelo es de tierra, piedras y polvo… curvas que suceden a otras curvas que abrazan montañas, que suben y que bajan y parecen no terminar nunca. El camino es inquietante porque no hay nada más que montañas, no hay coches, ni casas. ¿Dónde va a parar ese camino eterno? Ha llegado a Checchi, situado a 3.500 metros de altitud, en pleno altiplano boliviano.
El raciocinio no alcanza a comprender cómo es posible que en mitad de la nada, en ese lugar tan inhóspito y remoto se puedan levantar aquel puñado de casas. Todas de adobe. ¿Quiénes viven allí? Las familias que han heredado de sus ancestros la tierra, la que no conocen otro lugar. El modo de vida en Checchi es duro, muy duro. Las familias no tienen garantizadas sus necesidades más básicas para vivir como el alimento, el agua potable o el cuidado de la salud. Viven bajo un techo sí, pero hay que verlo. Está invitado a casa de la Familia Flores.
Luis y Miguelina le esperan acompañados de sus hijos. La casa está situada en la cima de una de las montañas de Checchi, alejada del núcleo del resto de las casas. Don Luis la construyó con sus propias manos, tal y como le enseñó su padre y a este su abuelo, con bloques de adobe. Tras cruzar la plancha metálica que tienen por puerta conocemos a Miguelina, que teje sentada en el suelo con el pequeño José Alberto acurrucado dentro del pañuelo que lleva atado a su espalda. Miguelina acaba de cumplir 42 años, pero aparenta muchos más, la falta de dientes y una vida muy difícil le echan muchos años encima.
Millones de niños siguen falleciendo antes de cumplir los cinco años porque la pobreza les asfixia
En su casa… ¿se imagina por un momento que esa fuera su casa? La vivienda dispone sólo de un par de cuartos, en uno de ellos amontonan la cosecha en mitad de la estancia, porque el resto del espacio lo necesitan para dormir por la noche. En el otro cuarto hay un colchón. Sí, en toda la casa sólo hay un colchón para diez miembros. Para visualizar la cocina tiene que suponer la siguiente escena. Miguelina está en el suelo, en cuclillas echando unas cuantas papas dentro de la olla ennegrecida que hay sobre unos cuantos troncos de leña. Esa es la cocina. La cena está lista, tome asiento. Se puede sentar ahí mismo, no hay sillas ni mesas. Tampoco hay mucho tiempo para cenar porque el sol se está despidiendo y en casa de los Flores no hay electricidad. Unas patatas cocidas, un poco de maíz, y a preparar todo para dormir. El suelo sobre el que duermen es irregular, de tierra, así que hay que acomodar bien las mantas para que las piedras no se claven en el cuerpo. Pero hay que hacer bien el reparto, porque algunas mantas también son necesarias para protegerse del frío. Por la noche se clava despiadado en los huesos y hay que ser precavido porque un mal resfriado en Checchi puede costarle la vida. Ya están todos acomodados, Félix y su mujer rodeados de todos sus hijos descansan con la misma ropa con la que han trabajado durante todo el día, durante todos los días, uno tras otro, porque no tienen otra. La noche se cuela por las ventanas.
En este mundo lleno de desigualdades, en Bolivia, en Nepal, en Etiopía… en tantos y tantos lugares remotos de países castigados por la pobreza viven muchas familias como la que le acabo de presentar. Les conocemos, muy por encima, a través de las noticias en los periódicos, de algún reportaje de televisión… Pero una cosa es conocerles a través de los medios de comunicación, y otra muy distinta conocerles en persona. Viajar a los países más pobres del mundo y conocer cómo viven esos padres y madres de familia, esos niños y niñas como nuestros hijos es, sin duda alguna, un experiencia que marca un antes y un después. A partir de esa vivencia, habrá pocos días en los que no les recuerdes.
Vivimos en un mundo con recursos suficientes para todos, pero no es suficiente. Mientras unos derrochan agua, otros mueren de sed. Mientras unos especulan, otros mueren de hambre. No es justo que miles, millones, de niños sigan falleciendo antes de cumplir los cinco años porque la pobreza les asfixia y no les deja vivir. No es justo que tantos padres y madres no puedan ofrecerles a sus hijos la alimentación que necesitan para crecer sanos y fuertes. Asumir la pobreza como algo natural es cruel y despiadado.
El trabajo de Ayuda en Acción durante los casi 35 años de experiencia nos confirman que se puede hacer mucho por las familias que viven sin apenas recursos. Si yo le invitara ahora a hacer otro viaje mucho más reconfortante y le ofreciera la oportunidad de comprobar cómo han mejorado su vida cientos de familias que hace 10 años vivían como Félix y Miguelina, ¿se animaría? Ayuda en Acción existe gracias a la generosidad de quienes están convencidos de que se puede construir un mundo más justo y contribuyen a ello. Canalizamos la solidaridad de personas y familias que deciden no permanecer inmóviles ante tanta necesidad porque lo que les ocurre es que no soportan la idea de ver sufrir a tantas personas sin hacer nada. Son muchos los que opinan que compartir y entregar reporta felicidad. Quienes lo hacen saben muy bien de qué hablo.
Cada cual hace lo que le dicta su conciencia, lo que le permiten sus posibilidades, cada cual aporta lo que es capaz. Lo importante es no permanecer indiferentes. No olviden nunca que todas y cada una de las noches que nosotros descansamos sobre un colchón confortable, millones de mujeres y hombres, millones de niños se acuestan arropándose con sus sueños.