Pedro del Campo, voluntario Centro Agroecológico en Pirapey y Tava´í
Con una película de acción y una comedia. Así comenzaba mi aventura, y la del resto de voluntarios, hacia tierras paraguayas. Era la única manera de matar las horas muertas en el avión transatlántico.
Éramos un grupo de 7 voluntarios, más la coordinadora. La gran mayoría no nos conocíamos con anterioridad cuando llegamos al aeropuerto de Madrid. El nexo de unión era Ayuda en Acción, y el Voluntariado a Terreno que tanto nos había llamado la atención a todos. Éramos un grupo joven, de entre 19 y 22 años, y aunque heterogéneo, ello no fue impedimento para el buen funcionamiento del equipo. Porque la esencia era la misma. Estábamos unidos por un mismo objetivo y las mismas ganas de sacar adelante este proyecto.
Llegamos al aeropuerto de Asunción tras unas 15 horas de trayecto, escala en Sao Paulo incluida. Enseguida pudimos notar que estábamos en invierno. Nos recibieron trabajadores locales de Ayuda en Acción, y nos llevaron a las oficinas de Asunción, donde nos comentaron que había una serie de cambios respecto al plan inicial. El asunto era que días atrás había estado jarreando, y la precaria carretera de tierra que debía llevarnos al centro agroecológico inicial estaba inaccesible. Por tanto, nos desviaron a otro centro agroecológico, perteneciente a la misma ONG paraguaya, para permanecer ahí en tanto que no pudiésemos acceder al otro. La mencionada ONG paraguaya es la colaboradora local de Ayuda en Acción, y se la conoce como CECTEC (Centro de Educación, Capacitación y Tecnología Campesina). CECTEC realiza diversas tareas con el entorno rural campesino, y una de esas es disponer de centros educativos para jóvenes campesinos que han abandonado el sistema educativo nacional, pero que necesitan de los conocimientos para seguir adelante. Y CECTEC les brinda esta oportunidad. Siempre desde un punto de vista agroecológico, es decir, con el uso de pesticidas, bactericidas, fungicidas, etc. orgánicos y siempre desde la realidad campesina.

Durante la semana en Pirapey aprendimos detalles importantes sobre el funcionamiento de la escuela, las actividades que realizan allí, y estuvimos conversando y conviviendo con los jóvenes del centro. El intercambio cultural era recíproco. Nos enseñaron los invernaderos, las huertas, el vivero, la zona de producción animal, agroindustria (zona de elaboración de productos relacionados con el consumo como el almidón o la miel de caña de azúcar), entre otros. Además, estuvimos acompañándoles en algunas de las tareas diarias que realizaban, donde nosotros aprendíamos de ellos, y ellos aprendían de nosotros.
Y por fin, llegamos al centro agroecológico de Yvytymi, también conocido cariñosamente como San Miguelito, al encontrarse en la zona de San Miguel del Mbatovi (Tava´í, Caazapá). Pudimos comprobar lo complejo que era el camino, y como a pesar de que habían sido unos días secos aún permanecían los charcos y las irregularidades ocasionadas por las lluvias. Y fueron pasando los días y la tónica dominante era similar al anterior centro. Madrugar, repartirse las tareas de campo o de cocina y ponerse manos a la obra. La jornada comenzaba a las 6:30 de la mañana, y nos dividíamos en grupos según la necesidad de cada área. Bien podía ser ir a segar malas hierbas con un machete, como podía ser remover la tierra con una azada para preparar la tierra para una futura plantación. En otra ocasión, estuvimos preparando un pesticida orgánico, conocido como caldo bordelés, para más tarde echárselo a unos árboles cítricos recién plantados.

En la cocina aprendimos cuantiosas maneras de elaborar pan. Realmente son muchas las formas de hacerlo. Quizá el más llamativo de los panes era uno de colores verde, morado y naranja, porque había sido elaborado usando jugos de acelgas, de remolacha y de zanahoria. Y lo bueno que estaba. Como parte del intercambio cultural, nosotros les cocinamos platos típicos españoles, y algunos no tan típicos, pero divertidos o sencillos de hacer. Por suerte no habían probado antes la paella o el gazpacho, porque al menos entre nosotros, tuvimos que reconocer que ‘paella’ o ‘gazpacho’ le venía algo grande a nuestros platos. Pero compartimos con los chicos y chicas grandes momentos en la preparación y elaboración de los mismos.
Para este fin de semana, el segundo ya, teníamos planificada una excursión a las Cataratas de Iguazú. El paisaje habla por sí sólo. Pasear al lado de uno de los accidentes geográficos más impresionantes del planeta es algo que impacta. Y el agua, había mucha agua, y con mucha fuerza. Lo que hace que resulte lógico que no a mucha distancia se encuentre la Represa de Itaipú. Toda una obra maestra de la ingeniería y de la generación eléctrica. Un proyecto binacional, Paraguay-Brasil, que refleja la grandeza alcanzada por el trabajo en común. Verla de día resulta alucinante.
Tras nuestro paso por Brasil, regresamos al centro de Yvytymi, para afrontar nuestra tercera y última semana. Durante esta semana, CECTEC nos tenía preparado para las mañanas una serie de visitas a comunidades de la zona, para escuchar y conocer más de cerca a la gente que hace tantos esfuerzos por sacar a la comunidad adelante. Entre tantos encuentros, resulta digna de mención la visita a una cooperativa de mujeres, que habían decidido emprender y formar una panadería, a base de microcréditos y mucho empeño. También estuvimos visitando escuelas locales, donde los jóvenes, esta vez de edades no superiores a los 14 años, nos recibieron con entusiasmo y con la curiosidad propia de la edad. Estuvimos junto a ellos viendo como escribían cartas a sus ‘amigos’ de España, lo que nosotros conocemos como padrinos. Y vimos la ilusión que les hace escribir y recibir las cartas. Para ellos es muy importante sentir que realmente hay una persona que se preocupa por ellos al otro lado del Atlántico. Por las tardes volvíamos al centro de San Miguelito y realizábamos labores de artesanía, o sea carpintería, junto con los estudiantes. Porta-plantines (con fines decorativos), porta-tererés (para apoyar el vaso de la bebida tradicional paraguaya), lámparas y hasta bancos. La imaginación y la capacidad de estos chicos y chicas era ilimitada. Estos productos se venderían más adelante en una feria, con el fin de generar ingresos para la escuela. Al llegar el fin de semana, regresamos a donde empezó todo, Asunción, desde donde cogeríamos el avión de vuelta a España.
En definitiva, del grupo de voluntarios nos llevamos una gran amistad, de las que no menguan con el paso de tiempo. Del pueblo paraguayo, la hospitalidad y el cariño, porque con gestos sencillos, te abren su corazón. Y del voluntariado, una experiencia nueva; que será inolvidable.