Por Georgina Reverte, voluntaria a terreno en Santa Elena, Ecuador.
Este ha sido mi segundo año de voluntariado a terreno con Ayuda en Acción y mi conclusión es que esto “engancha”.
El año pasado en Perú fue maravilloso. En Yancana Huasy estuvimos estupendamente, me rodeé de grandes profesionales y aprendí muchísimo (conoce pinchando aquí su historia). Además me sirvió para saber que quería repetir. Y… ¿qué mejor que aprovechar las oportunidades que nos ofrece la vida?
Así pues, este año he viajado hasta Santa Elena (Ecuador). Las buenas sensaciones ya comienzan cuando nos encontramos todo el grupo en Madrid. Las primeras palabras, las primeras miradas de complicidad… ¡Esto promete!
Después de la recogida en el aeropuerto y pasar la noche en Guayaquil nos ponemos en marcha. Llegamos a Santa Elena, concretamente a Olón, al hospedaje “Oloncito” de Aracelly. Allá nos acogen estupendamente, era como estar en casa. Imposible comenzar mejor. En ese momento ya descubrí que no me querría ir. Un lugar paradisíaco y una gente maravillosa.
La primera semana fue de toma de contacto con los proyectos, pero sobre todo con las personas. Nos cuentan sus experiencias, el esfuerzo que han hecho para conseguir lo que tienen y nos abren sus corazones. Nos preparan una reunión para conocerles y la culminan con una muestra del folklore autóctono. Qué gran espectáculo ver los bailes de los niños, sus poemas, sus canciones… pero sin duda, lo mejor de todo, sus abrazos. Esa muestra de cariño, incluso de agradecimiento… es imposible no sonreír al recordarlo.
Tengo que confesar que no pude evitar pensar: “la qué han liado por nosotros, ¿lo merecemos? ¡Pero si son ellos los que se merecen todo esto y más! ”. Qué sensación más rara, pero a la vez tan agradable me invadía. Era una mezcla de emoción, alegría y por qué no decirlo, miedo. Parecía que esperaban tanto de nosotros… Allí tomé la decisión: voy a dar todo lo mejor de mí en esta experiencia y voy a abrirme para recibir todo lo que ellos me ofrecen.
Durante la segunda semana la aventura continua. Vamos hacia Libertador Bolívar y nos alojamos en las cabañas de los chicos y chicas de JEPSE (Jóvenes emprendedores de la península de Santa Elena). Un lugar precioso y muy acogedor. Entramos en contacto con la naturaleza, allí se respiraba pureza.
Ahora comienza el “trabajo a terreno”.
Con ACODENFA (Asociación Comunitaria para el Desarrollo de la Niñez y la Familia) tuvimos la oportunidad de participar en un par de talleres sobre los derechos de los niños y niñas. Fue muy interesante ver cómo trabajan este tema tan importante, cómo conciencian a los niños y niñas sobre sus derechos y deberes y cómo reaccionan ellos. Conversar con ellos me ayudó a entenderlos, a saber cuáles son sus prioridades, sus preocupaciones y sus soluciones.
Además, dos de las voluntarias pudimos visitar una escuela (C.E.B.F. José María Chávez Mata) y tener una pequeña reunión con el director y los profesores. Como maestra, valoro muchísimo este momento. Pudimos compartir experiencias, inquietudes, reflexiones y sobre todo, pasión por la enseñanza. Me alegró mucho ver las ganas que tenían de mejorar y de avanzar hacia una educación en la que los niños y niñas sean los verdaderos protagonistas. A veces, con la presión del currículum perdemos de vista el verdadero objetivo de la educación y nos olvidamos de que “educar no es imponer caminos, sino enseñar a caminar”.
Esa misma semana, también estuvimos con los chicos y chicas de JEPSE. Son estupendos. Tienen muchísimo potencial para hacer todo lo que se propongan y muchas ganas de aprender y mejorar. Con ellos hicimos diferentes talleres para darles algunas pautas sobre la gestión y la promoción de sus microempresas. Tienen muchas ideas y necesitan herramientas para poderlas poner en marcha. Tienen que creer en ellos mismos, en sus grandes capacidades y habilidades para seguir hacia adelante. Creer es crear.
Fue maravilloso compartir con ellos esos momentos de aprendizaje mutuo. Además, la convivencia, el trato que nos dieron, su cariño, sus sonrisas… acabaron creando un vínculo entre nosotros que creo que jamás se romperá. Sin olvidarme de las fantásticas fiestas que nos organizaron, que fueron un valor añadido para conocernos aun más y fortalecer esa relación. Desde la vuelta, no hay día en que no los tenga presentes.

Última semana. Se acerca el final del viaje, pero aún nos quedan cosas por hacer.
Nos vamos hacia San Pedro, al hospedaje “Karina” de Rosita Panta. Nuevamente estamos como en casa. Su preocupación, dedicación y cariño me hacían sentir como de la familia.
Es el turno de MAPEL (Asociación de Mujeres Emprendedoras de la península de Santa Elena). Sin duda una experiencia diferente, especial. Las voluntarias (y voluntario) nos dividimos para dar talleres en las diferentes comunidades.
Si bien es cierto que necesitan apoyo en temas de contabilidad y gestión de sus negocios, ha sido más que gratificante compartir con ellas estos espacios de capacitación y diálogo. Ellas estaban emocionadas con nuestra presencia y os puedo asegurar que esa emoción es contagiosa. La despedida en el último día de cada taller (sólo eran 3 días) se me hacía dura. Fotos, agradecimientos, muchos “vuelve pronto” e incontables abrazos. Espectacular.
Sin obviar el gran esfuerzo que hacían la mayoría de las mujeres para asistir a los talleres. No tienen una vida fácil, pero su empeño y sus ganas de tirar hacia adelante son realmente admirables. Aunque no os lo creáis, me dejan sin palabras.
Ha sido un viaje inolvidable, lleno de emociones y muy intenso. Los proyectos ya prometían mucho desde aquí, pero han superado con creces todas mis expectativas. Vale la pena invertir en ellos.
¿Qué afortunada soy por haber tenido esta oportunidad, verdad? Allí me he olvidado de los problemas, de las inseguridades y he disfrutado de cada momento. Ellos nos demuestran su agradecimiento, valoran mucho el hecho que hayamos ido hasta allí a “ayudarles”, pero todavía me pregunto quién ayudó a quién. Yo me llevo muchísimo de todos ellos y tan sólo he dejado un poquito de mí allí. Únicamente podía y puedo, darles las gracias.
Creo que “gracias” se está convirtiendo en una de mis palabras favoritas. Así que no puedo terminar esto sin dar las gracias a CPR (Centro de promoción Rural) por su dedicación y el trato tan espléndido que nos han dado.
Gracias a Ayuda en Acción por la oportunidad que me habéis brindado. Sin vosotros nada de esto sería posible.
Y por último, pero no menos importante, gracias a Marga, Judith, Bego, Magda, Pilar, Fernando, Bea y Elia por hacer de un grupo de desconocidos una gran familia. Cada uno de vosotros ha dejado una huella imborrable en mí.
Algo ha cambiado en mí este viaje. Voy a aprovecharlo.
