Hace tres años, una mañana de invierno en la Axarquía, estábamos mi compañero José Manuel y yo trabajando en las instalaciones de Algarrobo del IHSM La Mayora-CSIC-UMA. Rodeados de tan exuberante flora tropical, si un familiar me hubiera llamado esa mañana para preguntarme por mi ubicación hubiera dudado por un momento si estaba en Andalucía o en el trópico. Lo que sí estaba -de eso estoy muy seguro-, era rodeado de un gran equipo de personas, en lo humano y en lo profesional, empeñadas en poner la ciencia al servicio de las problemáticas y vulnerabilidades de los países del Sur. Y qué mejor que la innovación como herramienta de desarrollo.
La jornada fue sesuda y muy productiva, como siempre que trabajamos con el IHSM La Mayora. Planificamos y diseñamos el plan de trabajo para llevar a cabo la implementación de una estrategia de cultivo de durazno sostenible más resiliente al cambio climático en Cotagaita (Bolivia).
En uno de los descansos, Iñaki Hormaza nos presentó a otros dos brillantes científicos: Alejandro Heredia y Susana Guzmán. Presentaban ese día una ponencia sobre bioplásticos y economía circular. Yo, más terrenal, me quedé pensando en cuán distinto sabe el café cuando el aroma se inspira a la sombra de aguacatales cuasi centenarios. Por suerte, me acompañaba ese día José Manuel, que con su clarividencia y su procesador de pensamiento estratégico, pronto imaginó la aplicación de aquella innovación a nuestros proyectos de cadena de valor de cacao.
Siendo honestos –he de confesarlo– al principio todo me sonó un poco a ciencia ficción. Pero conforme fuimos conociendo más a fondo el proceso de transformación de la materia orgánica vegetal en bioplásticos, fui haciéndome a la idea. Aquella innovación de laboratorio era perfectamente plausible de ejecutar con las cooperativas rurales de cacaocultores con las que trabajamos.
Tres años después hemos logrado la confianza y el apoyo de la AACID y hemos iniciado el trabajo en Honduras, en el municipio de Jutiapa (Colón).
El proceso de transformación en bioplásticos para el desarrollo
El proyecto que acabamos de iniciar consiste en convertir la corteza del cacao, desechable, en plásticos 100% biodegradables aptos para su venta y consumo en la cadena agroalimentaria
El proyecto tiene como propósito desarrollar varios prototipos de bioplásticos, 100% biodegradables y con propiedades antioxidantes, a partir del estrío de las mazorcas de cacao. Con ello, perseguimos varios impactos:
- Reducir las emisiones de CO2 que los cacaocultores generan por la quema del estrío del cacao.
- Reducir la contaminación por plásticos convencionales, introduciendo estos nuevos prototipos 100% bioedegradables.
- Fortalecer la cadena de valor del cacao con nuevos modelos de productos para venta.
- Promover el desarrollo de la economía circular en la industria agroalimentaria.
Para llevar a cabo esta experiencia piloto vamos a trabajar de la mano del IHSM La Mayora y una Universidad Nacional Autónoma de Honduras, junto con dos cooperativas de productores/as locales de cacao (COPROASERSO y CHOCOMERS). Alguien podría pensar, no sin algo de razón, que cómo es posible que agricultores y agricultoras sin formación científica ni medios industriales, puedan llevar a cabo una innovación de este tipo. Y es precisamente aquí donde está el valor diferencial del proyecto: en transferir el conocimiento científico que se produce en un laboratorio para ser replicado con medios artesanales por personas no cualificadas en ingenierías.
No contamos con grandes inversiones ni equipos de tecnología como pueda tener una gran empresa agroalimentaria. Pero contamos con otros otros know how: nuestro saber hacer radica en la eficiencia de nuestros procesos, en nuestra gestión orientada a resultados y en nuestros enfoques de inclusión social, equidad de género y derechos humanos. Son los valores de la justicia social y la solidaridad los que dotan de sentido a las tecnologías y avances de la ciencia.
Por eso, este proyecto ha dejado de ser ciencia ficción y es algo más que una iniciativa piloto de bioeconomía ciruclar. Es, sin duda, una oportunidad para mostrar cómo la ciencia contribuye de manera directa a luchar contra las desigualdades, cómo el binomio ciencia-humanismo puede cambiar la vida de muchas personas.
Grandes expectativas y una por encima de todas: ante todo no dejar de aprender.
Somos conscientes de que con este proyecto estamos generando mucha ilusión y eso nos genera una responsabilidad añadida. Confiamos en poder obtener prototipos de bioplástico para envolver tabletas de cacao, tarrinas para crema de cacao o cacao en polvo, o incluso que las cooperativas cacaocultoras puedan vender directamente los envases de bioplásticos para su introducción en la cadena agroalimetnaria a nivel local. Y después, esperamos poder gesionar la operación con unos márgenes de rentabilidad eficientes que puedan escalarse y replicarse con otros grupos cacaocultoras y cooperativas en regiones y países donde trabajamos.
Por esas expectativas de ahora, y porque queda mucho trabajo por delante, el reto principal es no dejar de aprender. Es necesario dejarse sorprender y mantener atenta la mirada para saber identificar cuándo la ciencia pasa de ser ficción para ser una palanca de desarrollo.
*(Artículo escrito por Antonio Josué Díaz, delegación de Ayuda en Acción en Andalucía).