El vínculo entre padrino y apadrinado es mucho más fuerte de lo que uno se imagina. A través de cartas, los niños y niñas que viven en América Latina, Asia o África se presentan a sus padrinos en España, les cuentan lo que hacen en la escuela, cómo es su familia, qué les gusta hacer… e igual sucede con los padrinos y madrinas que participan en nuestro país en el programa de apadrinamiento de Ayuda en Acción. Pero los niños no son los únicos que se ven beneficiados por este programa, también su familia y las comunidades en las que viven.
Es el caso de Adriana Mariquel Flores de Reyes, salvadoreña nacida en San Capitán y cuya hija, la única niña de la familia y la más pequeña de tres hermanos, fue apadrinada en 2007 cuando tenía 10 años gracias al equipo de Ayuda en Acción. El padrino se convierte en un amigo, explica Adriana. “Mi hija estaba muy feliz porque tenía un amigo de un país lejano”, añade sin dejar de sonreír.
Adriana conoció el programa gracias a los líderes de su comunidad, “me pareció muy interesante, quise que mi hija se integrara a ese grupo de niños y niñas que hacen su cartita para España”. “Un año después de que llegase ese programa de Ayuda en Acción, me integré en una junta directiva y fue ahí donde se me encomendó que participara en la recolección de cartas. Luego se formó el Comité de Vínculos Solidarios y ahí fue cuando entré como voluntaria” añade.
Como parte del comité, Adriana se encarga de hacer la recolección de mensajes dos veces al año (una a principios y otra a mediados), participa en distintas formaciones como la toma de fotografías, talleres de manualidades… y va a los encuentros que se hacen con otras comunidades con las que “hemos tenido un vínculo muy amigable”.
“Ayuda en Acción ha sido muy valiosa para mí, para mi familia, para mi comunidad. Hoy soy una mujer empoderada, me ha transformado. Es amistosa, nos ha enseñado a convivir con otras comunidades, con otras personas. No tenemos con que agradecer más, solo dando las gracias”, cuenta Adriana.
Valores solidarios y respetuosos con los derechos
El programa de apadrinamiento de Ayuda en Acción ha permitido mejorar la vida no solo de la hija de Adriana sino de toda la comunidad. “Antes era una comunidad rural, ahora ha tenido muchos cambios, está más bonita, más limpia, ha mejorado bastante. Ayuda en Acción ha significado en primer lugar solidaridad, transformación, bienestar, mejora. Ha significado muchas cosas porque hemos visto el cambio desde que entró en nuestra comunidad”, señala Adriana.
“Siempre me han gustado los niños y esto me ha ayudado mucho. Ahora estoy en el comité de los derechos de los niños y la adolescencia. En mi hogar, a mis hijos y mi hija les estoy transmitiendo esos valores, para que ellos vayan aprendiendo”, añade.
Adriana explica que hay muchos niños y niñas pobres y con necesidades en las comunidades de El Salvador y por ello pide que “continúen apadrinando, porque es un sentimiento muy bonito” y porque el cambio es palpable.
Fuera de las calles
Los programas de apadrinamiento que Ayuda en Acción lleva a cabo en El Salvador no solo permiten a los niños y niñas seguir acudiendo a la escuela o tener mejor acceso a la sanidad, sino que les ayuda a alejarse de la violencia de las maras.
El Salvador, a pesar de ser uno de los países más pequeños del mundo forma, junto a Honduras y Guatemala, el conocido como “Triángulo Norte de Centroamérica”, al que analistas de Washington y de Naciones Unidas le han otorgado el dudoso título de zona más letal del mundo, con tasas de entre 80 y 60 homicidios cada 100.000 habitantes.
Las maras son las grandes causantes de la alta criminalización de la región. Estos grupos de adolescentes y jóvenes que inspiran temor y preocupación nacieron en los años 80 en Los Ángeles (Estados Unidos), momento en el que las guerras civiles de Guatemala (1960-1996) y El Salvador (1980-1992) provocaron la huida de numerosas personas hacia el país del norte en busca de un futuro mejor. A finales de la década de los 80, los jóvenes deportados desde Estados Unidos que habían tenido contacto con distintas bandas en el país extendieron las maras por el Salvador.
Se calcula que más de 20.000 jóvenes forman parte de alguna mara o pandilla y es a partir de los 10 años cuando los niños y niñas comienzan a introducirse en estos grupos, proceso que se completa en torno a los 16 años.
Aquí reside la importancia del apadrinamiento, ya que permite a los niños continuar en la escuela, formarse y escapar de la violencia de las calles, seguir siendo niños. Además, contribuye a la mejora de sus comunidades, al acceso al agua de forma sostenible, a prevenir enfermedades, a la construcción de viviendas sostenibles… En definitiva, a tener una vida mejor.