Annapurna o Manaslu, son nombres que suenan con fuerza al hablar de Nepal y esa es la primera impresión que da el país al viajero. Empezando por el avión que te lleva hasta allí, lleno de aficionados al alpinismo, luciendo sus mejores galas en forros polares y botas. Son cuadrillas enteras, o familias con niños en torno a los 10 años y a los que intentan meter el gusto por la montaña desde muy pequeños. Si su equipamiento no los ha delatado antes, su pasión queda al descubierto en el momento del aterrizaje, en el que los picos que rodean Katmandú los vuelven locos. Después llega el traslado a los hoteles, familiares y acogedores, conocidos por algún montañero de renombre que se hospeda allí en cada una de sus aventuras. Agencias de trekking y comercios plagados de grandes marcas de montaña, forman esa primera imagen de unas laberínticas calles de Katmandú, entre las que uno se deja perder a gusto, siempre rodeado de sonrientes y agradables nepalíes. Es parte de su carácter. Pero detrás de ese Nepal de postal, hay historias como la de Rita, o la de Poonam, las historias que nuestro equipo de Ur Handitan fue a buscar de la mano de Ayuda en Acción.
Huyendo de la trata en Nepal
Rita es hoy enfermera en una de las escuelas más elitistas de Nepal. No hace muchos años, ella no podía ni imaginar esa vida que hoy tiene, es más, ni siquiera creía tener derecho a ella. Era una niña Kamlari, o lo que es lo mismo, esclava de una adinerada familia, para la que trabajaba de sol a sol. A cambio, el padre de Rita podía labrar un trozo de tierra con el que alimentar al resto de hermanos. A Poonam, uno de los clientes del restaurante en el que trabajaba, se la llevó a Mumbai, la metió en el burdel donde con tan sólo doce años la obligaban a atender entre 15 y 20 clientes. Actualmente Poonam vive lejos de aquella pesadilla, entre las clases de piano que tanto le gustan y la panadería en la que trabaja.
“El nacimiento de una niña en Nepal, supone una carga para la familia”
Hay muchos más casos como estos. En la inexistente frontera entre Nepal y la India, cada año se trafica con 14.000 seres humanos a los que explotan sexualmente, o esclavizan en trabajos por los que nunca verán un céntimo. Una vez más, ellas se llevan la peor parte, porque las víctimas son en su mayoría mujeres y niñas. Detrás de la escalofriante estadística está una frase todavía más aterradora y que el viaje a Nepal ha dejado grabada en nuestras cabezas: “el nacimiento de una niña en Nepal, supone una carga para la familia”.
Por eso familias enteras se dejan engañar por las falsas promesas de una vida mejor para sus hijas. Hasta tal punto es así, que a estas jóvenes nepalíes, las mafias no se las llevan escondidas en dobles fondos de camiones de mercancías, no. Muchas ponen rumbo al infierno, de la mano de sus padres, a los que los traficantes engañan y utilizan para cruzar fronteras, sin levantar sospechas. Maiti Nepal se encarga de destapar casos como esos y lo hace con la mejor de sus armas: víctimas con ganas de devolvérsela a los traficantes. Ellas son las que están al mando de los puestos de control de carretera en los que uno a uno, inspeccionan los vehículos que salen de Nepal. Todo con el firme propósito de que ni una más sufra lo que ellas sufrieron. Un trabajo muy necesario en un país en el que desgraciadamente, detrás de la montaña todo tiene un precio.