No se puede expresar fácilmente la ilusión que Eugenia, Bea y yo sentimos el día que nos encontramos en el aeropuerto de Madrid, para poner rumbo al que sería un viaje inolvidable: Bolivia. Allí entregaríamos filtros potabilizadores para dar acceso a agua potable a centenares de personas que, por desgracia, desconocen que es su derecho. El equipo 2 estaba listo para aportar su gota de agua. Lo que no sabíamos es que nosotras íbamos a recibir todo un océano.
Cada una de nosotras tenía sus propias motivaciones por las que hacer este viaje. Desde luego, las tres teníamos en común las ganas de ayudar a otros y que era la primera vez en nuestras vidas que nos embarcábamos en un proyecto de estas características. Desde el minuto uno se empezó a tejer entre nosotras una maravillosa “manta de amistad”, de esas que sabes que tendrás para siempre bien guardada. Esa manta fue creciendo cada día más y bajo ella, las tres compartíamos, nos protegíamos y apoyábamos.
Tras un primer día y medio de aclimatación y turismo en Sucre, maravillosa ciudad colonial, y de risas compartidas con otro de los voluntarios con los que coincidimos, Fran, era hora de poner rumbo al que sería nuestro hogar durante 15 días: Muyupampa. O Miamipampa, como algunos la llamaban. Un pueblo de Villa Vaca Guzmán dentro del Chaco Chuquisaqueño.
Fueron nueve horas de viaje en coche. Nueve horas que nos permitieron darnos de bruces con la realidad que nos esperaba y que nos resultaba del todo ajena. Y que, siendo sincera, nos costó algo encajar. Carreteras peligrosas. La Pensión Paraíso, a la que nuestro coordinador Gabriel paró a cenar, nos pareció más bien la Pensión Infierno. Un baño en unas condiciones como jamás habían visto nuestros ojos de vida acomodada (por mucho que hayamos viajado por todo el mundo).
Llegamos a Muyupampa de madrugada. Nos recibieron Vanesa y Alejandro, la amable familia que nos hospedó, y nos llevaron al que sería nuestro reino para las próximas noches. Una habitación amplia para las 3, que a los pocos días habíamos convertido en un hogar acogedor. Entre otras cosas gracias a las mosquiteras que, además de hacerte un favor al plantarle cara a los mosquitos curiosos, también le dieron un aire de lo más bucólico.
Durante los próximos días y de la mano de Nor Sud, socio de Ayuda en Acción en Bolivia, visitamos un total de cinco comunidades. Dos de ellas guaranís (Ity y Aguayrenda) y tres campesinas (La Tapera, Ticucha y Chapimayu). Comunidades en las que conocimos de primera mano la realidad en la que viven estas personas. Mínimos recursos, desconocimiento de los efectos que el agua no potable tiene sobre su salud, falta de hábitos de higiene… y eso sí, muchas sonrisas.
No solo debíamos explicar el funcionamiento de los filtros y proceder a su entrega, sino hablar con las personas que asistían a nuestras charlas, empoderarlas, concienciarlas de que una realidad distinta es posible. Y aquí tengo que decir que los niños nos han demostrado que son la auténtica semilla del cambio. Los niños lo absorben todo, son como esponjas. No están todavía instalados en costumbres y malas prácticas. Con sus ojos bien abiertos, tomaban nota mental de lo que les decíamos, aprendían de memoria el montaje de los filtros, se encargaban de corregir a los adultos acerca de la colocación correcta de las piezas. ¡Por no hablar del proceso de limpieza! Se lo sabían a la perfección. Entregamos filtros a escuelas, familias, centros de salud e internados. En total, permitirán a más de 3.000 personas verse beneficiadas del acceso al agua potable.
La experiencia del voluntariado
Sí. Aportamos nuestra gota. Pero como dije al principio, nosotras recibimos un océano entero:
– Conocer una realidad tan distinta te permite valorar más lo que tienes.
– Vivir otra realidad es lo que le moviliza a uno. Puedes ver un documental, leer un artículo, pero después te vas a cenar con unos amigos y se te olvida. Pero vivirlo… eso es otra cosa bien distinta.
– María Fernanda: una niña de 10 años que vive en la comunidad La Tapera. Una niña que sueña con estudiar Arquitectura en España. A cuya madre le pedí por favor que no le cortara las alas. Que sé que llegará lejos. Una niña que, como todos los demás, tiene derecho a cambiar el rumbo de su vida y el de sus familias.
– Iván y Rossemary: un matrimonio boliviano que conocimos en Muyupampa y que años atrás, como tantos otros, viajaron a España para mejorar su situación y la de su hijo pequeño. Que nos abrió las puertas de su casa y, lo más importante, de sus vidas y de su alma. Un matrimonio con el que las conversaciones eran infinitas. Con el que compartimos cenas, comidas y uno de los amaneceres más espectaculares que hemos visto, en el cerro Incahuasi (La Casa del Inca). Un matrimonio que tiene un pedacito de nosotras y nosotras de ellos. Y al que deseamos volver a ver en algún momento de nuestras vidas.
– Antonio: un cordobés de 60 años que vive en Muyupampa. Lleva toda su vida dedicado a los demás a través del trabajo que, de manera humilde, lleva a cabo con sus ONG. Un cordobés que antes de vivir en Bolivia, lo hizo en la India durante 20 años. Que conoció a la Madre Teresa de Calcuta. Que a sus 60 años ha estudiado las carreras de Veterinaria y Zootecnia para emprender su lucha a favor de los animales. Un cordobés de nacimiento, pero de alma mundial.
– Un océano entero que daría para muchos artículos…
Dos semanas intensas de trabajo. Dos semanas en las que, como alguna vez hablamos Bea, Eugenia y yo, no podíamos haber hecho más. Las tres compartíamos la sensación de haber disfrutado, exprimido y dado el máximo de nosotras. Era el momento de volver. De decir adiós a una realidad que en momentos nos generó frustración por no poder hacer más, por lo mal repartido que está el mundo, pero una realidad que nos ha expandido y nos ha permitido crecer y desarrollarnos como personas. Una realidad que nos ha sacudido mental, física y emocionalmente.
Momento de despedidas agridulces. De nuevo, viaje de vuelta de Muyupampa a Sucre de nueve horas, las mismas que en el viaje de ida. Pero totalmente diferentes entre ellas. Ocho de las nueve horas fuimos cantando y bailando, felices, llenas de energía (no sé si tenían la misma percepción Gabriel y Juancho, piloto y copiloto). Donde la otra vez vimos carreteras peligrosas, esta vez las encontramos imponentes, majestuosas, con un manto de estrellas que nos envolvía y que contemplábamos con la boca abierta (cuando no cantábamos, claro). La Pensión Paraíso en la que en el viaje de ida paramos realmente nos pareció un auténtico paraíso. Es lo que ocurre cuando vives realidades tan complicadas y ajenas a ti, que relativizas y donde antes veías horror, ahora ves normalidad. Entramos felices al baño que en su momento nos escandalizó y al salir todas las estrellas del firmamento se habían juntado para poner el mejor broche final a nuestro viaje. Realidades distintas, vidas distintas, pero todos bajo el mismo firmamento.
Como decíamos al finalizar nuestras charlas: “Ojalá llegue el día en que no tengamos que volver aquí para ayudaros, sino para visitaros”.
Gracias a Ayuda en Acción por la labor que hacéis y de la que fuimos testigos al ver todos los proyectos que lleváis a cabo en la zona. Y gracias por esa fantástica labor que hicisteis al juntarnos a Eugenia, a Bea y mí en el mismo equipo. No lo podíais haber hecho mejor.
Gracias a los chicos de The Water Van Project por apostar por la causa del agua, por haber abierto un camino de ayuda de ida y vuelta, que ahora otros voluntarios recorremos.
Gracias Nor Sud por levantaros cada mañana y trabajar a destajo para hacer de vuestro país un lugar mejor. ¡¡Y gracias por ese fantástico asado al limón!!
Gracias Bolivia, por acogernos como lo habéis hecho y por permitirnos haber vivido una auténtica experiencia de vida impregnada de sonrisas.
¡Viaje inolvidable!