Durante mi voluntariado en Nicaragua con Ayuda en Acción, la verdad es que no tenía muy claro qué nos íbamos a encontrar cuando bajáramos del avión y llegáramos a Waslala, pero igual por eso ha terminado siendo uno de los mejores viajes de mi vida, porque al no esperar nada en particular cualquier cosa te sorprende, y en Waslala nos lo dieron todo, y así de encantados nos dejaron.
Es cierto que al llegar hubo cosas que nos sorprendieron: las lluvias, el terreno, las instalaciones… pero se pasaba rápido con la amabilidad con la que nos recibían y se preocupaban por “sus Voluntarios”.
Poco a poco nos fuimos adaptando y sin darnos cuenta a la semana ya éramos unos expertos con la pala, el machete, la azada y las gemelas, y teníamos claro que ese barrizal desnivelado y encharcado que nos habían dado el primer día lo íbamos a convertir en un precioso parque infantil para niños. Al final, hasta le cogimos más gusto a las herramientas que al traje de oficina del que estábamos aburridos. Algunas tardes también pasábamos tiempo con los niños y les ayudábamos en su refuerzo de lengua, matemáticas o sus comienzos en inglés, a la vez que nos divertíamos y jugábamos con ellos. Verles aprender y que les gustara lo que hacían, ya era un regalo para nosotros.
Con ello ya llegamos a la última semana, donde habíamos cambiado las herramientas de campo por pinturas, cuerdas y neumáticos, y los columpios que les estábamos preparando ya empezaban a tener color.
Y finalmente llegó el último día, les íbamos a enseñar su nuevo parque y a jugar con ellos. Al principio se les veía muy tímidos, y alguno no sabía ni cómo subirse a ese columpio, pero rápidamente lo cogieron y se empezaron a divertir como saben: como niños. Colas en el puente colgante, la araña sosteniendo a más de 6 niños arriba del todo, otros se balanceaban empezando a saber cómo funciona un balancín y los que no sabían impulsarse nos pedían unos cuantos empujones en los columpios. Cómo no, empezó a llover, pero a ellos les dio igual: seguían jugando empapados, sin zapatos y algunos sin camisa; era la primera vez en mucho tiempo que tenían un parque así para ellos y había que aprovechar. Pero lo que nunca se me va a olvidar en la vida, es cuando una de las niñas se acercó y antes de darme un abrazo dijo: “Gracias por el parque”. Yo no supe ni qué contestar. Después de la dura vida que llevaban la mayoría de ellos, era lo mínimo que podíamos hacer. Solo por ese momento, ya todo había merecido la pena…
¡Gracias a ti, Waslala!