No es fácil despertarse de un día para otro en un nuevo país, lejos de casa, inmerso en otra cultura y tener que dejar atrás por un corto, pero intenso periodo tiempo, todas aquellas comodidades a las que uno lleva acostumbrado desde que nace.
Despertarse en Waslala a las 6 de la mañana con el sonido de los pájaros y la salida del sol es algo que ya de primeras está lejos de lo que conocemos como un despertar rutinario en nuestras ciudades. Pero la motivación que me aporta el poder ayudar a niños que por motivos ajenos a ellos están en riesgo de exclusión social, es algo por lo que me merecía la pena dejar de lado mis vacaciones, madrugar, ducharme a diario con agua fría y llenarme de barro hasta las cejas. Todo esto con el objetivo de construir un parque con materiales reciclados que permitiera a los niños desconectar, al menos durante un breve periodo de tiempo, de la dura realidad en la que viven.
“Las fuerzas de los voluntarios se unían para entregar lo mejor”
Nuestro día a día comenzaban con un buen desayuno compuesto por gallo pinto y huevos fritos que nos aportaban las energías suficientes para afrontar las duras mañanas cortando árboles, cargando sacos de arena, allanando el recinto y construyendo un parque que hasta la última semana no nos creíamos capaces de hacer. Me resultó especialmente bonito ver que cuando el objetivo final es una buena causa, como la de ayudar a los más desfavorecidos y en especial a los 30 niños con los que tratábamos, las fuerzas de los 20 voluntarios se unían para entregar lo mejor de cada uno y lograr el objetivo deseado.
Un aspecto ajeno a las tareas que debíamos realizar durante el voluntariado y que me gustaría destacar, es la alegría, humildad y simpatía que derrochaban cada uno de los niños con los que tuve la oportunidad de compartir estas tres imborrables semanas. Ver la pobreza a la que están sometidas las familias y las dificultades a las que se tienen que enfrentar cada uno de los niños con los que traté, me hizo entender como la aspiración de los países más desarrollados a poseer una mayor riqueza material se queda en un segundo plano y no son necesarias para lograr una felicidad plena.
Ser voluntario para mi significa saber dar y entregar todo lo que uno sabe y conoce a fin de ayudar a los más desfavorecidos, pero también significa saber llevarte contigo y transmitir en casa las buenas costumbres, los buenos gestos y la humildad de aquellas personas que desconocen otra forma de vida más que la que les ha sido dada. Por este motivo y con el objetivo de seguir aportando mi granito de arena, intentaré dentro de mis posibilidades concienciar a la gente que me rodea de la importancia de aquellos valores que me llevo conmigo de Nicaragua, entre los que se encuentran la protección a los niños y familias, la austeridad, la hospitalidad y el respeto al prójimo.