Entre los principales impulsores de la fragilidad de Cabo Delgado existe el sentido histórico de abandono, agravado por agravios socioeconómicos y exacerbados por la exclusión y la competencia por el acceso a tierra y recursos. La juventud desconectada y marginada, en un estatus socioeconómico de espera, se ve negada de oportunidades para la mejora de su situación económica, acceso a la educación y voz política.
Las tasas de desempleo en Cabo Delgado son altas y las mujeres están particularmente en desventaja. Solo uno de cada diez personas adultas económicamente activas tiene un trabajo formal. A principios de la década del 2000, la provincia de Cabo Delgado se benefició de inversiones en el sector extractivo, sobre todo de rubí, grafito, gas y petróleo, lo que generó altas expectativas en cuanto a oportunidades de negocio y empleo. Desafortunadamente, la mayor parte de la juventud en Cabo Delgado no está preparada para responder a las oportunidades laborales y de negocio que se presentan. Los empleadores se quejan de una falta crónica de habilidades en la mano de obra local, lo que contribuye a la baja productividad y perjudica la competitividad empresarial y el crecimiento económico en general.
Además, en un contexto de violencia yihadista en el norte de la región, las comunidades desplazadas han perdido sus medios de vida, así como acceso a todos los servicios básicos y a los recursos naturales. Tienen que competir por esos servicios y los recursos naturales con las comunidades de acogida.