La pobreza afecta de forma especialmente dura a la niñez. En España, uno de cada tres menores está en riesgo de pobreza y las tasas de abandono escolar (13.3%) son las más altas de la Unión Europea. En Portugal, aunque la infancia en situación de pobreza representa un cuarto del total, los datos de abandono de las aulas tienen buenos resultados: en 2020 se supera el objetivo europeo situando la tasa de abandono en un 8,9%.
La desigualdad se suma a este contexto, pues tiende a erosionar la movilidad social intergeneracional y los pilares de la democracia. La desigualdad mina la confianza en las instituciones y la participación política, generando entornos propicios a la radicalización y la violencia que suponen un riesgo para la estabilidad y la cohesión social. El actual panorama en ambos países pone de manifiesto enormes desafíos que requieren medidas urgentes, de profundo calado y poniendo en el centro a las personas para que nadie se quede atrás.
La pandemia ha puesto de relieve la fragilidad de los sistemas económicos del sur de Europa con consecuencias a largo plazo, especialmente para los sectores y poblaciones más desfavorecidas. La abrupta caída del PIB (-10,8% en España y -7,6% en Portugal) propiciaron un impacto negativo en los indicadores sociales.
España cerraba 2020 con la mayor tasa de desempleo de la UE, tanto a nivel general (16,2%) como de paro juvenil (40,8%). Aunque los indicadores de empleo en Portugal fueron mejores, la situación de las personas jóvenes es especialmente compleja en ambos países: el acceso a empleo y la vivienda son un obstáculo a los proyectos vitales de una generación que prácticamente no conoce una situación diferente a la de la crisis económica.