La historia que voy a contar sucedió durante mi voluntariado en Nicaragua en el verano de 2017, cuando desarrollé diferentes tareas acompañado de otros voluntarios que formaron parte de una experiencia que cambió mi modo de ver la vida.
Ella estaba jugando. Yo no lo veía así, pero ellos decían que jugaba. Estaba descalza y sentada en el suelo y tenía entre sus manos un pequeño machete. No hablaba: estaba concentrada en cortar el tronco de bambú y clavarlo en el suelo. Cortaba un trozo de bambú y lo clavaba en el suelo. Esa era su rutina, en eso consistía su “juego”.
Más tarde lo entendí todo: ella era la hermana pequeña, compartía “cuarto” (toma esta palabra con la máxima humildad que puedas) con otras dos hermanas, los padres, los abuelos y su sobrino recién nacido. Era una familia similar a otras muchas que ya habíamos visitado, una familia extremadamente pobre manchada por los maltratos y los abusos sexuales. La madre nos enseñaba su casa a la vez que nos trataba de ocultar otros aspectos. Mientras la madre hablaba, yo -confuso y anegado por una fuerte sensación de malestar-, fantaseaba con una vida mejor para esa familia. Ella, mientras tanto, seguía sentada fuera de la casa y jugaba.
Ella jugaba, ahora lo sé. Trabajaba en ampliar su casa: con tan solo 5 años, era perfectamente consciente de su realidad y quería ayudar a su familia. Palo a palo, la niña se concentraba en ir dando forma a lo que iba a ser –ojalá– una nueva habitación.
Ese fue uno de los momentos más duros que viví en mi voluntariado en Waslala (Nicaragua), donde realicé mi voluntariado con Ayuda en Acción. Tuve que aceptar otras realidades que me parecen injustas. Es muy duro darse cuenta de que en este mundo no solo se trata de dar lo máximo de ti para alcanzar una meta; a veces hay circunstancias que las personas no pueden controlar y que, sin embargo, marcan drásticamente sus vidas.
El objetivo: construir un parque infantil sostenible
Mi voluntariado en Waslala fue una experiencia sumamente enriquecedora. Sin ninguna experiencia previa en colaboraciones internacionales, los primeros días marcaron la dinámica de lo que iban a ser las próximas tres semanas y supusieron un cambio bastante disruptivo con respecto a cómo es mi día a día en España. En cualquier caso, la acogida de los empleados del centro y especialmente de los niños y niñas fue increíblemente buena. Esta actitud influyó mucho en que todos los voluntarios nos adaptásemos a las condiciones con relativa facilidad.
Nunca antes había visto tanto derroche de cariño desinteresado. Esos niños merecían todo. Nosotros nos enfocamos principalmente en construirles un parque infantil sostenible. Fue muy duro, no os voy a engañar. El trabajo físico era muy exigente para personas acostumbradas a trabajar en una oficina, pero esos niños lo merecían todo. Ese era nuestro único pensamiento cuando estábamos cansados, nos dolía algo o simplemente, la incansable lluvia parecía haberse aliado contra nosotros.
Pese a todo, ¡lo conseguimos!: terminamos el parque y llegó el día de la inauguración. Creo que todos nosotros habíamos imaginado ese día, pero fue mucho más intenso, casi mágico. Era nuestra despedida, un momento agridulce. Sin embargo, sé que todos fuimos increíblemente felices esa tarde.
El voluntariado en Waslala me ha dado mucho más de lo que esperaba
Por una parte, ahora soy más consciente de las realidades que viven las personas más desfavorecidas y me siento más comprometido con estos grupos para prestarles mi ayuda; por otro lado, la experiencia ha venido acompañada de momentos increíbles, tanto con los niños y locales como con mis propios compañeros de voluntariado. Sin duda, vivimos tres semanas como si fuéramos una gran familia, y sé que me llevo grandes amistades que estoy seguro de que perdurarán durante muchos años.
La experiencia del voluntariado en Nicaragua me ha ayudado a descubrir nuevas facetas de mí mismo, a ser más extrovertido e intrépido, a disfrutar de los pequeños momentos y a darle valor a las cosas que realmente importan y que a menudo pasan inadvertidas en nuestra sociedad.