Hace ya meses que inicié mi viaje de voluntariado a Bolivia gracias al convenio de colaboración que mi universidad (URJC) tiene en marcha con Ayuda en Acción. Salía con una maleta llena de todas las cosas imaginables que pudiera necesitar en mi nueva aventura, comenzando por todo un arsenal para luchar contra los mosquitos. Pero ese no era el único equipaje que me acompañaba en mi voluntariado… También cargaba con una mochila llena de miedos e inseguridades y mucha incertidumbre por lo que me fuera a encontrar al otro lado del charco.
Voluntariado: la llegada a destino
Después de un largo vuelo y un camino por carretera de varias horas, me invadían las ganas de al fin llegar a Muyupampa y conocer cuál sería el lugar que me acogería los próximos meses.
Una vez allí, me encontré con un pueblo pequeño y tranquilo, bastante parecido a lo que conozco aquí. Pero también me di de bruces con una realidad que hasta entonces me era totalmente ajena. Carreteras peligrosas, instalaciones sumamente rudimentarias y hogares construidos de adobe o tablas de madera.
Algunos días después de mi llegada, lejos del ruido y el tráfico de Madrid, me vi inmersa en un remanso de paz y naturaleza digno de las más impresionantes películas. Poco a poco fui cambiando los miedos por comodidad, la incertidumbre por la curiosidad y las ganas de aprender del país. De cualquier experiencia, siempre podemos extraer momentos positivos y otros que no lo son tanto. Sean como sean, de todos ellos se aprende y en mi caso no fue una excepción.
Mi experiencia de trabajo a través del voluntariado en Bolivia
Uno de los principales problemas de la zona de Muyupampa, donde actúa Ayuda en Acción con la Fundación Nor Sud, es la sequía. Al ser estudiante de Ingeniería Ambiental e Ingeniería en Organización Industrial, mi trabajo consistió en elaborar una estrategia de adaptación de medios de vida en un contexto donde el cambio climático es protagonista: la comunidad de Cañizal, con apenas 150 personas viviendo en ella.
En mi primera visita de campo, acompañada del equipo local, puede conocer a la gente de la comunidad. Entré a sus casas y pude ver con mis propios ojos las necesidades que tenían para mejorar el abastecimiento de agua en sus huertos.
El principal problema al que se tienen que enfrentar la gente de Cañizal es la distancia. Las familias, entre sí, viven lejos unas de otras, pero también lejos de las fuentes de agua más cercanas. Es por ello que Ayuda en Acción y Nor Sud llevan ya algún tiempo facilitando el acceso al agua mediante la instalación de tanques donde se impulsa el agua con bombas que funcionan sin la necesidad de electricidad. Pero el trabajo va mucho más allá de lo técnico: actividades para mejorar la educación o la salud son habituales en la comunidad. También otras orientadas a mejorar las economías locales de las familias. Y qué importante se hace este trabajo cuando, además, la escasez de recursos a la que se enfrenta la población es tan grande.
La vida después de un voluntariado
A mi vuelta puedo afirmar con rotundidad que un viaje de voluntariado es una experiencia que hace que merezca la pena cada piedra que haya podido encontrar en el camino: los lugares visitados, la gente conocida, la acogida en cada momento, el descubrimiento de una cultura diferente, las comidas y paisajes descubiertos.
A nivel personal, es difícil explicar cómo el formar parte de esta realidad me ha hecho cambiar las gafas con las que mirar y entender el mundo. Definitivamente he vuelto con una mente más abierta, dispuesta a luchar por el sueño de seguir viajando por el mundo y con más pasión por la vida, por aprender y conocer a nuevos amigos en el camino.
Realmente el vivir esta experiencia y salir de la mi zona de confort me ha hecho enriquecerme a nivel personal. Es una experiencia que recomiendo a toda persona que tenga la posibilidad y la inquietud para llevarla a cabo, porque una vez que lo vives, algo en ti cambia instantáneamente. Gracias, Bolivia.