La COVID-19 supuso un duro golpe para las empresas, para todas ellas, pero especialmente para las microempresas, pequeñas y medianas. Es lo que se llama “mipymes”. Cuando estas, además, desarrollan su negocio en lugares de alta vulnerabilidad económica y social, el impacto ha sido demoledor. En Honduras fuimos conscientes de ello desde el primer momento de la pandemia, por lo que nuestra ayuda de emergencia se centró también en dar una solución a las personas que lideraban y trabajaban en esas mipymes a través del proyecto SER, llevado a cabo en consorcio con Cruz Roja Hondureña, Funach y Rikolto, y con financiación de la Unión Europea en Honduras.
Gracias a este proyecto estamos logrando reactivar las economías locales, muchas de ellas basadas en pequeños negocios sobre todo de sistemas agroalimentarios. Para conseguirlo hemos implementado modelos de recuperación sostenibles e inclusivos en cuanto a las cadenas de valor asegurando la vinculación a los mercados locales. Y por supuesto, no olvidamos la inclusión de las mujeres en esta recuperación, porque sin eso, no sería una recuperación justa ni real.
Por ahora hemos conseguido reactivar 120 mipymes (la mitad están lideradas por mujeres) y 655 puestos de trabajo (458 los ocupan mujeres). Las mujeres emprendedoras tienen detrás una historia de perseverancia y lucha contra lo que se consideraba, hasta hace poco (y aún hoy) normal: que fueran los hombres los jefes. Hoy, y en parte gracias al proyecto SER, hemos conseguido que estén ocupando su puesto en la economía local logrando su independencia y el bienestar de sus familias.
Milsa, al frente de un negocio familiar heredado de su padre
Cuando irrumpió la COVID-19 en nuestras vidas, el negocio de Milsa, dedicado al calzado, tuvo que cerrar durante cinco meses. En su empresa el hecho de ser mujer no se lo puso nada fácil. No es una recién llegada: Calzadora López, que ahora lidera, la inició su padre hace más de 30 años, y ella siempre vivió el negocio como una parte más de la familia. Tanto es así que cuando creció decidió continuar el legado de su padre y fue tomando parte de la empresa en diferentes puestos, hasta llegar a la gerencia.
Hoy en día son ya 17 los años que lleva trabajando en ella, pero estuvo a punto de abandonarlo cuando llegó la pandemia. Sin embargo, gracias al impulso del proyecto ha conseguido recuperar la ilusión y la esperanza de un resurgir en su empresa.
“El proyecto SER me ha abierto nuevamente el conocimiento financiero. Gracias a las capacitaciones he mejorado en el área técnica. Todo lo aprendido lo implementaremos en la empresa para mejorar el producto”.
Ana Cecilia: un negocio turístico que consigue salir a flote
Ana Cecilia, por su parte, dedica su vida al turismo como gerente de una reserva natural con actividades de multiaventura. Con un mundo paralizado, era totalmente imposible continuar con su pequeña empresa… pero gracias al proyecto SER lo consiguió, “a pesar” de ser mujer en una sociedad en la que el patriarcado aún manda. Sin embargo, lo asume como un reto: “ser mujer es difícil en nuestra sociedad, pero es un reto más que una dificultad”, dice Ana Cecilia.
Y no tarda en poner un ejemplo: cuando va al banco le preguntan, no se fían de que una mujer pueda liderar una empresa como la suya: “a los varones, sin embargo, no les hacen tantas preguntas”.
En el caso de la empresa de Ana Cecilia la formación ha estado encaminada a la bioseguridad: “no es importante solo para nuestro negocio, sino para toda la comunidad”.