“Mis hijas se casarán pero sin ser mutiladas, no voy a permitir que nadie las mutile”. Es el mensaje rotundo de una madre que lucha por poner fin a una tradición ancestral que solo provoca dolor y sufrimiento a las mujeres que sufren la Mutilación Genital Femenina (MGF).
Mary Kaniua tiene 38 años, vive en una población rural al suroeste de Kenia junto a su marido y sus 7 hijos, 3 varones y 4 mujeres, en una vivienda levantada con adobe y que ya apenas se tiene en pie. Ella fue mutilada, siguiendo la tradición familiar, cuando aún era una niña. Nadie le explicó en qué consistía y nadie evitó que la sufriera: “Fue horroroso, no paraba de sangrar y a pesar de los años todavía tengo dolores y en el momento de dar a luz a cada uno de mis hijos esos dolores se hacían insoportables”. Ahora ya tiene toda la información que le faltó en su momento, aunque hubiera preferido no llevarla grabada en su cuerpo, y por eso será capaz incluso de enfrentarse a toda una comunidad con tal de evitar que sus hijas pasen por el mismo horror que ella sufrió: “Sé que otras niñas serán mutiladas y puede que sean rechazadas por eso, pero no voy a permitir que nadie las mutile porque sé lo que se puede llegar a sufrir”.
En Kenia la mutilación se lleva a cabo de manera clandestina, ya que desde 2016 está prohibida por ley. Su práctica pone en peligro la vida de las niñas y las mujeres y provoca graves daños físicos y psicológicos que les acompañan de por vida. De manera tradicional son las mujeres de las familias quienes alimentan esta práctica que en el país africano afecta al 21% de las mujeres entre 15 y 49 años, pero la cifra llega incluso a superar el 80% cuando nos vamos a las poblaciones rurales donde la pobreza es extrema y la mutilación es la antesala del matrimonio forzado que se utiliza como moneda de cambio para recibir algunos animales. En la mayor parte de estas poblaciones los hombres no aceptarían en matrimonio a una niña o mujer sin mutilar.
La familia de Mary vive bajo el umbral de la pobreza y sus hijas, no podrán poseer tierras o tener acceso a una propiedad si no es de la mano de un hombre porque la ley de su país no lo permite. Pero a pesar de las dificultades Mary prefiere tomar otros caminos que permitirán a sus hijas e hijos acceder a sus derechos: “Me encantaría que mis hijos pudieran tener una vida mejor, darles las oportunidades que yo no he tenido. Que puedan estudiar. Que mis hijas decidan lo que quieren hacer como lo ha hecho la de 16 años que ya ha dicho que no quiere ser mutilada”.
Por eso el NO rotundo a la mutilación de mujeres valientes como Mary nos ayuda a creer que otro mundo es posible.