En mayo nuestra compañera Mónica Quintela y el fotoperiodista Iván Benítez viajaron a Afar, Etiopía, para seguir de cerca el proyecto de educación en emergencias financiado por la Agencia Vasca de Cooperación al Desarrollo que impulsamos en esta zona del país afectada por el conflicto en Tigray.
Iván Benítez ha querido compartirnos el diario de viaje que escribió durante esta emocionante experiencia con Ayuda en Acción.
Siento inquietud. La misma que me acompañó a la guerra olvidada de Siria en febrero de 2018. “Lo peor de perder un vuelo es que te den con la puerta en las narices”. Me dijo una cooperante española que volaba a Mozambique y con la que compartí carrera en medio de la terminal de Estambul, la misma que debía cruzar en unas horas para conectar con Addis Abeba, la capital de Etiopía. Abro el cuaderno de campo al entrar en el taxi que me lleva al aeropuerto de Bilbao, y leo: “Afar, noreste de Etiopía. Desplazados, violencia sexual, 3,6 millones de niños y niñas sin escolarizar, rehabilitación de escuelas, más de 400 destruidas por una guerra de más de dos años que también se desplaza por el país, en silencio, ante una comunidad internacional que prefiere mirar hacia otro lado”. Afar es una región etíope limítrofe con Tigray o Amhara, dos estados afectados por conflictos internacionales y regionales por el control de sus recursos naturales. Hasta allí viajo un 12 de mayo de 2024 de la mano de Mónica Quintela, responsable de Ayuda en Acción en Euskadi para fotografiar algunos de los proyectos educativos de la ONG.
Afar: zona de difícil acceso
En el área de la acción humanitaria existe el concepto “hard-to-reach areas" (zonas de difícil acceso). Afar es una zona de difícil acceso, y Ayuda en Acción trabaja allí para garantizar una educación de calidad y un futuro a la infancia que vive en situación de alta vulnerabilidad a consecuencia de la guerra.
Aunque hemos superado el peso de nuestro equipaje de mano, sin embargo, al mencionar “Etiopía”, “Ayuda en Acción” y “equipo humanitario”, por este orden, se activa el interruptor de la empatía en el mostrador de facturación del aeropuerto de Bilbao. Empezamos bien. Una vez dentro del avión, abro el libro de viaje que llevo encima, ‘Los misterios de la taberna Kamogawa’, la página 33, y quedo ensimismado con una frase: “Los sabores dependen mucho del estado de ánimo”. Me doy cuenta de que viajo con un libro de gastronomía japonesa al epicentro del inicio de una crisis alimentaria sin precedentes.
El vuelo TK1316 aterriza a las 17:10 horas en Estambul. Entramos en la terminal a las 17:35 horas y nuestro vuelo a Etiopía está programado para las 18h. Corremos tirando de todo lo que significa llegar a tiempo y visibilizar lo que sucede en Afar. Me detengo en la pantalla de las salidas de los vuelos. Se ha retrasado el vuelo diez minutos. Respiro. Diez minutos que nos devuelven la esperanza. Llegamos a la puerta H. ¡Lo conseguimos! Visado, pasaporte, billete… Asiento 23. Me siento junto a un eritreo de 29 años que reside en Alemania y es la segunda vez que vuela en su vida. “Soy refugiado y regreso a casa”, me dice en inglés al saludarle.
La llegada a Etiopía
El TK 676 despega a las 18:10 horas, atraviesa Egipto, Sudán, el Mar Rojo, atrás queda Europa. Cinco horas después aterrizamos en Addis Abeba. A la mañana siguiente nos encontramos en la terminal de vuelos internos con uno de los colaboradores del socio local de Ayuda en Acción. Por seguridad no cito su nombre. Procede de Amhara, la región que más está sufriendo en la actualidad los combates y donde aún queda parte de su familia. “Todo el territorio está militarizado, se suceden las persecuciones y las matanzas”, comenta, temiendo por la vida de su mujer y sus hijos. Al mediodía embarcamos en el vuelo de Ethiopian Airlines hacia Afar. En el equipo de Ayuda en Acción también viaja Silvia Cano, trabajadora de esta ONG en Etiopía.
Desde la ventanilla de los pensamientos del Focker ET164, los colores se solapan muy lentamente. Del verde de los valles al ocre del desierto. Aterrizamos a 50 grados. El mundo parece haberse detenido. Silencio.
Afar, a las puertas de una gran hambruna
13 de mayo de 2024, amanecemos a las 5:30 horas. Calor pegajoso. Partimos de Semera a Gulina. Por delante, unas seis horas de coche. Nada más salir, nos damos de bruces con la realidad: chabolas de familias desplazadas que sobreviven como pueden, sin agua y sin alimentos, gracias a la leche de camello que venden a pie de carretera. Paisaje de cauces secos, acacias, desierto de pura roca. Niños pastoreando y niñas cargando bidones de agua. Circulamos en dos todoterrenos de la organización. Mónica Quintela y Silvia Cano viajan en el primer vehículo. En el segundo, me acomodo con las cámaras junto al conductor, detrás viajan otros dos técnicos etíopes de la organización amiga. “Estamos a la puerta de una gran hambruna”, denuncian, sin cortapisas, al preguntarles por la situación. “Con nuestros impuestos solo se pagan armas en este país para asesinar a la población civil”. Palabras de rabia. Cientos de personas refugiadas sobreviven en comunidades punteadas por ramas y plásticos a lo largo de los márgenes de una carretera olvidada por la comunidad internacional. “Estas personas lo dejaron todo al huir del conflicto y necesitaban desde alimentos o ropa a acceso a servicios básicos como el agua y, por supuesto, la educación. Pero, sobre todo, necesitaban reconstruir sus medios de vida al ser, en su mayoría, pastoralistas”, explican.
Me impacta una imagen bajo un puente de piedras. Pido que se detenga el vehículo. Desciendo por un cauce seco hasta un agujero y me asomo. Dentro, una niña de 12 años excava con un plato. “Buscamos agua”, susurra uno de sus hermanos, palabras que son traducidas por los compañeros de la ONG. La niña introduce un vaso y consigue un hilo de agua que luego vuelca en una lata oxidada de ayuda humanitaria marcada con tres letras: USA. Desde arriba se desprenden las miradas de sus hermanas con los cuadernos de escuela bajos los brazos. Después irán a clase. Esto sucede en pleno siglo XXI, periodo en el que la Inteligencia Artificial marca el pulso del planeta.
Qué sería de estas personas si Ayuda en Acción no llegara hasta aquí. “El Niño está a las puertas y eso significa sequía y tormentas destructivas”, comenta Silvia. La ONG aporta soluciones a medio plazo con el objetivo de construir un futuro mejor garantizando el acceso a educación (en especial para niñas) y empoderando a las mujeres, “verdaderos pilares en las comunidades donde trabajamos”.
Las niñas, las más vulnerables
Al día siguiente, acudimos a la escuela en Galikoma y conversamos con Enat, profesora de 23 años de la escuela. “El mayor problema para las niñas, o uno de los mayores, es la falta de agua”, nos cuenta. “Refrescarse o poder limpiarse al tener la menstruación se vuelve una tarea muy complicada”. Y revela algo más. “Al 99% de las niñas se les practica la mutilación genital al nacer. Es decir, de bebés”.
En este punto de la conversación, soy consciente del complicado contexto en el que los trabajadoras y trabajadores de Ayuda en Acción se deben mover. Líneas rojas a las que se sobreponen otras muchas como la “tradición paternalista”, continúan explicando. Esta tradición decide cuándo es el momento de obligar a contraer matrimonio a una de las hijas. Necesito conocer a una adolescente y hacerle un breve seguimiento desde clase a su casa. Acceden y nos presentan a Hawa, de 14 años. Aunque la menor se muestra muy tímida, no duda en llevarnos a su casita de planchas de cinc, ramas y plástico, en pleno desierto. “Sueño con seguir estudiando”. Sonríe.
“Nuestros equipos tratan de asegurar que las niñas continúen sus estudios a pesar de todo, que no abandonen la escuela porque no encuentren estructuras sanitarias cuando tienen el periodo o porque son casadas de manera temprana como forma de conseguir una fuente de subsistencia familiar”, indican.
Muy cerca de las aulas de la escuela de Galikoma, algunas sin tejado por los bombardeos, se distingue una nube de polvo provocada por los pies descalzos de un grupo de chicos que juega al fútbol, también hay una red de voleibol frente a la que dos equipos de chicas disputan sonrisas y consiguen recuperar la infancia. Se escucha un canto que proviene de unas aulas. Me acerco junto a Mónica. Varios niños y niñas entonan un abecedario escrito en la pizarra por el maestro. Pupitres sin tableros, alumnos y alumnas de todas las edades mezclados en las mismas aulas. Hay más profesores que profesoras. “Las alumnas necesitan referentes mujeres”, apunta Mónica. Nos despedimos. La labor educativa continúa por el infierno de Afar. Proseguimos hacia otros proyectos educativos. Lugares donde las niñas recuperan, al menos durante unas horas, su condición de ser niñas.
*(Artículo escrito por Iván Benítez, periodista)