Escucharla remueve las entrañas y despierta admiración. Pocas veces, una víctima de violencia sexual se enfrenta a la cámara con un discurso tan bien armado, tan generoso, reconociendo el perdón sin apenas un quiebro de voz, con un temple prodigioso. La sonrisa y las ganas de vivir instauradas en el rostro, tras haber vivido una agresión de tal magnitud. Yirley Velasco tiene 31 años en la actualidad y vive en El Salado, escenario de una de las peores masacres del conflicto armado colombiano.
Entre el 16 y 21 de febrero de 2000, los paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, con la complicidad de las Fuerzas Armadas, torturaron y mataron a decenas de campesinos inocentes en un asesinato masivo que se conoce como La Masacre de El Salado. Las atrocidades perpetradas en esos tres días de horror incluyen la violencia sexual hacia mujeres, el desmembramiento de personas con motosierras o el apaleamiento de ancianos y mujeres embarazadas. 66 personas –seleccionadas a la vista de todos en la cancha del pueblo– perdieron la vida asesinadas, provocando el desplazamiento posterior de toda la población superviviente: unas 7.000 personas huyeron hacia las ciudades.
El testimonio de Yirley y su lucha en contra de la violencia sexual
“Cuando tenía 7 u 8 años, ni siquiera conocía la palabra conflicto porque esto era un pueblo muy calmado…; ya a los 11 o 12 años, pues empezamos a escuchar la palabra paramilitar o guerrilla…; a los 13 años pues ya conocí el primer desplazamiento, por una masacre que hubo y luego a los 14 años fue más fuerte porque ya sí que me tocó vivir la violencia en carne propia”, cuenta Yirley Velasco, una de las víctimas de la masacre del año 2000, pero también una de sus supervivientes, una de las 3.000 personas que han retornado a El Salado y sus veredas en estos 17 años desde el episodio. Regresar no debió ser fácil. Sólo con arrojo se supera un episodio de violencia sexual en el mismo escenario donde tuvo lugar. Yirley fue violada de forma colectiva por cuatro paramilitares cuando tenía 14 años. En esa violación, de la que arrastra secuelas físicas y emocionales, se quedó embarazada de su primera hija. Fue su primera experiencia sexual. “Me llevaron a una casa que está aquí al lado y allí fue donde viví lo más horrible que le puede pasar a un ser humano; abusaron de mi cuerpo, abusaron de mí. En ese momento, me mataron, pero en ese momento”.
Según el reciente informe, “La Guerra Inscrita en el Cuerpo” del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) de Colombia, un total de 15.075 personas fueron víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado colombiano entre los años 1958 y 2017. Yirley es una de ellas; “recuerdo solamente a la primera persona que abusó de mí; pues medicina legal es quien dice que fueron cuatro los paramilitares que abusaron de mí… el resto no te puedo decir porque en realidad no me acuerdo de lo que siguió pasando. Lo he superado porque sigo en esta lucha, sigo apoyando a las mujeres”. Pero convirtió el revés en una lucha, creando la asociación Mujer y Vida de El Salado, formada por 14 mujeres víctimas de violencia sexual. “Un día me atreví a alzar la voz porque aquí se hablaba de carreteras, de agua, de todo, pero no se hablaba de las necesidades que teníamos nosotras las mujeres, acá en este pueblo. Entonces se me acercan dos mujeres de aquí de la comunidad y me dicen, “ay Yirley, es que nosotras también fuimos víctimas de violencia sexual”.
La labor de Ayuda en Acción y el perdón de Yirley
Ayuda en Acción trabaja en El Salado y sus veredas desde el año 2013 –en colaboración con Fundación Semana, su socio local– para fortalecer el proceso de paz (se cumple estos días el primer aniversario de los Acuerdos de Paz) y mejorar las condiciones de vida de la población retornada, con especial atención a la infancia, jóvenes y mujeres. La asociación Mujer y Vida es uno de las iniciativas que reciben nuestro apoyo.
Yirley no ha conseguido aún hablar del tema con su hija mayor; “yo sé que ella sabe más de lo que yo creo que ella sabe… porque ella saca cuenta de su edad, me está preguntando de su papá. Esa es una tarea grande, es uno de los retos que tengo, el más fuerte que tengo”. La violencia sexual que sufrió le ha causado secuelas físicas y emocionales, pero ha vencido ya otro titánico reto: perdonar. Su testimonio es un ejemplo de la capacidad de perdón en plena construcción de paz: “aunque mis victimarios no me hayan pedido perdón, ni me interesa tampoco que ya lo hagan, yo lo he hecho… los perdoné de corazón, con el alma”, relata calmada, “tenía la necesidad de perdonar porque si no lo hacía, iba a seguir viviendo muy amargada, iba a seguir viviendo con ese rencor que no me dejaba vivir en paz”.