La Navidad es una de las épocas en la que más aflora la solidaridad, pero también en la que más se visibiliza la desigualdad, pasando en ocasiones desapercibida el resto de los días del año. Corren tiempos que nos invitan a celebrar, hacer listas de deseos y propósitos de enmienda, llegados al punto de evaluar cierres y nuevos retos para el 2018 que llega. Tomamos medida de lo logrado y cómo no, de lo pendiente como personas y equipos, pero quizás no tanto como sociedad.


Es en este parámetro de la ecuación donde nos detenemos para intentar abordar el balance en términos de solidaridad. Tenemos desafíos comunes en torno a los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 reflejados en el Informe de las Naciones Unidas de 2016 sobre los ODS, como son: la movilidad humana, el cambio climático, poner fin del hambre en el mundo -más de 790 millones de personas en todo el mundo la padecen-, lograr que la equidad de género sea una realidad -aún hoy, por ejemplo, las mujeres en los países en desarrollo dedican cuatro veces más horas a trabajos no remunerados que los hombres-, etc.


Y mientras quizás, sin darnos cuenta, centramos la mirada en lo micro, en nuestros anhelos, en nuestras aspiraciones, en nuestra economía; solo en lo que creemos que nos atañe y lo que nos afecta; olvidando que somos un mundo conectado.


Conectado por la tecnología, por la velocidad de la información, por la inmediatez del intercambio y la recompensa, pero a menudo desconectado en lo importante que es poner en práctica el valor de la solidaridad en nuestras prioridades.


solidaridadEn Ayuda en Acción promovemos la solidaridad de las personas en un mundo global para impulsar que la infancia, sus familias y poblaciones que sufren pobreza, exclusión y desigualdad desarrollen sus capacidades para conseguir sus aspiraciones de vida digna, de modo sostenible. Aspiramos a un mundo donde las personas se ayuden unas a otras y puedan desarrollar sus capacidades, disfruten plenamente de los derechos humanos que les corresponden y participen a través de cauces democráticos en las decisiones que afectan a sus vidas para ser así los protagonistas de su propio desarrollo.


Todos y todas queremos compartir momentos en la mesa con nuestras familias, regalar a los más pequeños aquellos que les ilusiona o darnos caprichos a nosotros mismos, pero para muchas familias es una época más del año en la que no sólo han de hacer un sobreesfuerzo para llegar a fin de mes, sino que se ven en la tesitura de no poder dar a sus seres queridos estos momentos de felicidad que el resto de la sociedad sí disfruta.


Y es por ello que las personas empatizamos más en esta época del año, demostrando la generosidad que nos caracteriza, pero que a veces no sabemos llevar a la práctica el resto del año, meses en los que estas personas no dejan de sufrir las consecuencias de la falta de oportunidades laborales, de escasez de recursos u otras problemáticas que les llevan a vivir en una situación de precariedad, que sin duda afecta de forma directa al futuro de sus hijos e hijas. Porque la pobreza también se hereda.


 Construir solidaridad cada día y en cada momento


Invitamos a niños y niñas, y a los que ya no lo son tanto, a soñar qué desean de regalo en estas fechas, y seguro la lista es infinita en muchos casos. Pero ¿nos sentamos a abordar una lista más allá de la mirada propia? Estamos convencidas de que ese mismo inventario estaría lleno de deseos de paz, deseos de que todos los niños y niñas puedan jugar e ir a la escuela, de que ninguna persona en el mundo pase hambre...


Sin embargo, a menudo olvidamos poner en el centro a las personas, sin dejar a nadie atrás, pensando que no está en nuestras manos y que es tarea de otros. Pues bien, la buena noticia es que no es cierto, porque todos y todas podemos construir solidaridad cada día y en cada momento.


Dejando atrás los prejuicios, dando oportunidades a aquellas personas que se encuentran en exclusión social, racionalizando nuestro consumo, educando en valores de solidaridad y tolerancia, exigiendo a nuestros gobiernos que actúen frente a las injusticias y las desigualdades, o a las empresas en las que trabajemos, para implicarlas en la transformación de una sociedad más justa para todos y todas que contribuya a ese cambio de mentalidad en el que todos los agentes actúan de una forma responsable con su entorno, a nivel social, económico y medioambiental.


Cada gesto de amistad, compañía, acogida, empatía y cariño, es siempre una forma de cambiar el mundo desde nuestro pequeño mundo y podemos ponerlo en nuestra lista de propósitos, porque como dice El Principito de Antoine de Saint- Exupéry: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.