Los aviones suelen llevarte a un sinfín de experiencias, todas cargadas de un componente personal. Ya sea por trabajo o por placer, el ser humano se implica, y la parte más etérea se transporta para, de una u otra manera, vivir lo que será una nueva experiencia: rutinaria, sorprendente, nueva, fascinante o inimaginable. Pero, de lo que no ha lugar a dudas es que será una experiencia que aporte en ese día a día que es el viaje de la vida.
En mi caso, el 24 de mayo, un avión me llevaría a uno de los viajes más fructíferos de mi vida. El destino, Perú, y mi acompañante, Ayuda en Acción. Poco conocía del país andino (muy atrás quedaba un viaje a ese país) y me embarcaba en una experiencia muy nueva para mí; iba a conocer a familias enteras que viven con lo mínimo.
Lo primero que preparas cuando sabes que haces un viaje de estas características es tu "mochila". Veréis, a pesar de notarla pesada, iba infinitamente ligera. Lo supe a la vuelta. Lo importante no era toda la ropa de abrigo que iba a necesitar para cubrirme del frío, sino todas esas cosas que de verdad dan sentido a nuestra vida y que nunca valoras porque das por hecho que siempre te acompañan para cubrirte, esas que te hacen afortunado.
Pero de eso no nos damos cuenta hasta que miramos de frente a la otra cara de nuestro mundo, a esa que injustamente también existe y que cuando nos plantan delante nos giramos horrorizados, o simplemente no miramos, que es mucho más fácil.
Entre todo tu equipaje te llevas también las preguntas que te formulan tus hijos: "¿Por qué te vas? ¿Qué les pasa a esos niños? ¿No pueden comer como nosotros? Preguntas que almacenas y que respondes, porque las madres siempre tenemos una respuesta, sabiendo que sólo calmas su curiosidad y avivas más la tuya. Lo cierto es que nada podré explicarles bien si no me acompañan y ven ese lugar, las casas en las que viven niños de su misma edad, los colegios a los que van, lo que comen… Te vas tranquila haciéndoles ver el porqué del viaje y de lo afortunados que son, y una vez más les recuerdas lo importantes que son ellos para construir un mundo mejor, porque la injusticia no la crea la naturaleza sino el ser humano. Prometes traerles todas las experiencias vividas y en el fondo piensas que es una pena que los “ojos que no ven” hagan que “el corazón no sienta”, pero que peor son los que ven (todos los días en las noticias) y no sienten...
Así fue mi experiencia, mi viaje:
Durante los días que estuve con Ayuda en Acción en la zona de Huancavelica (recorriendo infinidad de pueblos: Jaccipata, Palmira Alta, Acobamba ...) pude comprobar que la ayuda, si se quiere, llega. Que la sonrisa de los niños es gratuita (no surge de juguetes y menos de la tecnología ), que no aceptan las limosnas y que como tú y como yo nos realizamos cuando trabajamos y sacamos adelante a nuestros hijos.
Nadie mendiga el "regalado" dinero, el fácil, el intoxicado. No, mendigan la visión de una nueva vida, de una nueva oportunidad, de la necesidad de ayuda profesional por parte de lo que ellos creen que es el mundo desarrollado.
No se quedan indiferentes con sus condiciones de vida. No quieren que sus hijos pasen las mismas calamidades que ellos ya han vivido y para eso se dejarán la piel en la chakra (el campo para ellos) o pasteando con los animales desde que salga el sol hasta el ocaso, en una tierra que apenas da frutos por la tremenda escasez de agua. No les importa trabajar, haga frío o calor, llueva, o la tierra se quede cuarteada, porque saben que sus hijos son su futuro, futuro que brinda las posibilidades de las que ellos no gozaron. No cuentan con ninguna ayuda, pero sí saben que con ella su vida será mejor para sus hijos. Así que escuchan y se dejan aconsejar.
No quieren nada más, sólo una oportunidad, la que ellos no tuvieron. En realidad nada les diferencia de nosotros, sólo haber nacido en la otra cara del mundo, en el lado en sombra, ese al que nadie quiere mirar.
Nunca olvidaré esas caritas cuarteadas por el frío y el duro sol, las manos con las que me agarraban: rudas y ásperas, ni tampoco la dulzura con la que me llamaban "señorita". Todo con la sensación de que éramos los que podíamos hacer que su vida realmente tuviese sentido y darles así esperanza para sus hijos. No, nunca olvidaré que lo poco que tenían nos lo ofrecían y lo atentos que escuchaban nuestras palabras, que en ocasiones ni siquiera entendían porque muchos sólo hablan quechua. Nos veían realmente como esa mano amiga que les va a ayudar a pasar al otro lado del mundo.
A veces no somos conscientes que nuestra vida no es la única y verdadera. En el mundo las sociedades viven de muchas maneras, desde diferentes viviendas, culturas o gastronomías; hasta las diferentes maneras de entender la organización de los ciudadanos, pero en todas han de garantizar la dignidad de las personas. Todos los seres humanos deben disfrutar de las condiciones mínimas; hablamos de sanidad, de educación, de alimentación... Todos debemos unirnos para garantizar que esto sea una realidad con independencia de la sociedad que sea y de cómo quieran vivirla.
En esa zona de Perú, la gente no goza de esas condiciones de vida. Mientras en sus pobres casas de adobe cuelgan los carteles de los que se postulan a gobernar su país, las administraciones hacen oídos sordos a la realidad de quienes habitan en esas mismas casas y lo único que queda es la ayuda de los que sin ánimo de lucro les echan una mano. Ayuda en Acción así lo ha hecho. He conocido a las personas que conforman el equipo de la Fundación en Perú y es gente comprometida, entregada a la lucha contra las desigualdades. No se rinden y recorren el país para que cada niño o niña, cada familia, cada comunidad, gracias a los apadrinamientos de los españoles, consiga optar a esa igualdad de oportunidades.
Visité zonas que han sido intervenidas, apoyadas por los fondos que aportan los socios de Ayuda en Acción, y de primera mano pude comprobar cómo cambiaba la vida de esas personas: casas mejoradas, con agua, con ventanas y suelos que ya no son de tierra, habitaciones separadas para los hijos y techos que cubrían a sus animales... Un sinfín de mejoras, que con su trabajo y el apoyo de la Fundación, hacían que su vida fuese medianamente digna. Colegios que gozaban de material escolar y puestos de salud en los que ya se podía tratar una simple diarrea, por la que muchos niños mueren. Y todo eso gracias al apoyo de todas las personas que colaboran a través de Ayuda en Acción.
Fueron siete días duros, cansados y repletos de experiencias. Me traje de vuelta grandes amigos junto con las miradas y aquellas sensaciones que te quedan al tocar a alguien especial que sabes que no olvidarás jamás. Así que, como podéis imaginar, la mochila de vuelta ha venido muy pesada y aligerarla es obligación de todos. Tenemos la obligación y ellos el derecho; sólo así seremos humanos.