Llegamos al hogar un día atípico en Cotoca, distrito de Santa Cruz de la Sierra. Hacía mucho viento y el frío se calaba en los huesos. Cansados, los hermanos nos dieron la bienvenida con una buena taza de té y un trozo de su maravilloso Queque, un dulce típico que ellos mismos elaboran.
Nada más recuperamos algo de fuerzas, Carolina, nuestra conexión de Ayuda en Acción dentro del hogar, nos hizo el tour reglamentario para conocer el centro. Empezamos por el pabellón San Camilo, de enfermos motóricos, luego el hospital y así sucesivamente. Cuando terminamos la visita, nos dejó sentados en lo que iba a ser nuestro comedor durante dos semanas. Nadie podía articular palabra, solo nos mirábamos con caras de desconcierto.
Todos sabíamos dónde íbamos a hacer el voluntariado, pero en ningún momento te lo imaginas tan duro. Tuvimos un baño de realidad. Sin darnos cuenta empezamos a hablar, a expresar nuestras impresiones, miedos... Era inevitable llegados a ese punto no tenerlo, sino no hubiéramos sido humanos. En ese momento fue cuando me di cuenta de que no había ido hasta Bolivia para ponerme ningún tipo de limitaciones, por fin estaba allí e iba a intentar ayudar no sólo como logopeda sino en todo tipo de labores.
Empezamos a trabajar a las 7.00 a.m del día siguiente, nos repartimos los pabellones, me tocó el hospital, así que allí fui, sola ante el peligro. Nada más entrar en aquel pabellón no olvidaré los pensamientos que me invadieron. ¿Sabré?, ¿podré…?
Comencé dándole el desayuno a Noel, un chico prácticamente de mi edad casi en estado vegetativo. A los pocos segundos, me regaló una sonrisa de oreja a oreja por verme allí con él, entonces lo comprendí y todos mis prejuicios se esfumaron y puedo decir que disfruté cada momento que pasé con ellos.
Pasados unos días, era increíble como todo el grupo habíamos descubierto nuestro lugar dentro del hogar y cómo nos apoyábamos unos a otros. Unos iban al ropero a ayudar a clasificar y seleccionar la ropa que la gente dona, otros iban a en el horno donde preparan los panes, queques, que luego el domingo los hermanos salen a vender para recaudar algo de dinero. También íbamos a reforzar a las maestras en la unidad educativa, que por fortuna hay integrada dentro del hogar, u otros simplemente salían a pasear por el sol con cada uno de los niños/as, hecho que no os podéis imaginar cómo lo agradecían ellos y nosotros, ya que esos momentos eran especiales y descubrías a seres extraordinarios.
Es increíble como en tan poco tiempo de convivencia con ellos, te enseñaban a mirar con otros ojos, ojos sin prejuicios, ojos con los que sus limitaciones no los definían para nada como personas, ojos que cuando los mirabas sólo los veías a ellos: Pepe, Marcelo, Enrique… personas como nosotros con capacidades diferentes.
Mi trabajo como logopeda debo decir que ha sido muy gratificante. Poder ayudar desde la intervención directa con los niños/as, jóvenes y no tan jóvenes, realizar talleres de formación a los trabajadores para que consigamos que tengan los niños/as del centro una vida más digna y trasmitir mis conocimientos dentro de la educación especial a colegas de la unidad educativa, colegas con unas ganas inmensas por aprender; no tiene precio, solo puedo expresar agradecimiento.
Espero haber podido ayudar como ellos me han ayudado a mí ya que gracias a cada uno de ellos he vuelto a España con el corazón lleno de tolerancia y amor. He crecido personalmente como no imaginaba que podría hacerlo. El hogar siempre estará conmigo y espero en un futuro poder volver con ellos para egoístamente volver a empaparme de su calidad humana.