Ya hace días que regresamos de nuestro voluntariado en Bolivia y ya hemos podido asimilar todo lo vivido en estas dos semanas.
En primer lugar, quisiera dar las gracias a todo el equipo que habéis hecho que esto funcione y también a Carlos de Ayuda en Acción, que nos ha acompañado en todo momento. Por supuesto, no quiero obviar al equipo que en Cotoca trabaja el día a dia del Hogar Teresa de los Andes. Son excepcionales y espero que nunca dejen de hacer la labor que desempeñan.
Siempre guardaré un recuerdo muy especial y cariñoso hacia Carolina y los hermanos Ludwick y Michael. Algunos ya sabéis que yo soy “repetidora” en esto del voluntariado con Ayuda en Acción y siempre he quedado con un grado de satisfacción alto. Pero este año, al tratarse de un proyecto tan distinto, he de cambiar mi calificación y decir que ha sido una experiencia INCREÍBLE.
“A través de sus ojos te sonríen, te piden una caricia, te agradecen que estés ahí...”
Increíble ha sido el grupo de voluntarios con los que he compartido estas semanas (Susana, Marta, Maijo, Sebastián, Viktor y Carlos). Increíble ha sido haber tenido la oportunidad de conocer a los niños y jóvenes internos en el Hogar. Increíble ha sido superar las barreras de escrúpulos y manías para con las personas que sufren.
He de confesaros que el primer día, día de llegada y de primera toma de contacto con la realidad que nos esperaba, lloré... Lloré de miedo... miedo al pensar que no sería capaz de convivir con tanta desgracia, miedo a no saber darles lo que necesitaban, miedo a no ser útil..
En este momento fue imprescindible la implicación de todo el grupo. El equipo de voluntarios me generó una confianza y un ánimo importantísimo. Supe que, en momentos de flaqueza, ahí estarían ellos apoyando. Y así fue siempre, los unos con los otros.
Así llegó mi primer despertar en el Hogar Teresa de los Andes. Abrí los ojos y decidí que había ido hasta allí no para llorar, sino para ayudar... por lo tanto, había que arremangarse y empezar a trabajar. Me levanté a las 6,30h y después de asearme, me dirigí al Pabellón de San Cosme para ayudar a darles el desayuno a los 17 internos que habitan allí...
Bfffff, ¡qué duro fue!, pero lo conseguí. Y así sucedió luego con el almuerzo... y al día siguiente y el otro y el otro... He de confesar que al tercer día ya me había hecho con la situación y ya no veía limitaciones.
Sólo veía sus ojos. Unos ojos negros y grandes que fijan su mirada en tí. A través de sus ojos te sonríen, te piden una caricia, te ruegan que les saques a pasear, te agradecen que estés ahí... ¡Cuánto transmiten!, ¡cuánta soledad!
Son miradas que me he llevado grabadas en el corazón y en la mente, que nunca podré olvidar.. Miradas con nombre: Graciela, Bruno, Erika, Anabel, Pepe, Reynaldo, Marcelo...
Además de estas cuestiones, he podido completar mi experiencia en el Hogar poniendo en contacto a la Hermandad con un importante empresario agrario local para desarrollar un proyecto agrícola dentro del Hogar que podrá proporcionarles autoabastecimiento, terapia ocupacional para algunos internos y ¡quién sabe! Tal vez en un futuro pueda generarles ingresos económicos extra.
Todo esto hace que piense que vale mucho la pena el esfuerzo que supone haber ido y estar allí estas semanas.
Volvería a repetirlo, sin lugar a dudas.
¡Si tú también quieres vivir una experiencia como la de Inma regístrate aquí !