El territorio de La Muskitia es un paraíso natural al noroeste de Honduras. Sin embargo, este pulmón verde del país, ejemplo de convivencia entre culturas indígenas y mina de recursos naturales esconde una trampa: el olvido. La aparente riqueza no llega a sus pueblos y, lo que es peor, no parece que a nadie le importe. Esta es una historia de buzos, langostas, pobreza y búsqueda de dignidad en la Muskitia. Te la contamos a través de Amistero y Ramón.
Como muchas familias misquitas, ellos trabajaban en la pesca de langosta, un cotizado marisco que se consigue buceando con tanques o a pulmón. Pero, como ya predijo un capitán de la zona, “donde hay oro, hay muerte”, y por el oro, que en esta historia tiene forma de langosta, Amistero y Ramón casi pierden la vida.
“Después de 31 años buceando, tuve que parar porque bajé muy hondo, a unos 100 metros de profundidad, y me quedé paralizado”, recuerda Ramón. “Iba con un tanque de oxígeno, pero bajé demasiado rápido”, ¿la razón? salvar su vida: “quería agarrarme un tiburón, por eso solté toda la langosta y subí rápido a la superficie”. Su compañero de cayuco pudo llevarlo de vuelta a la costa para que recibiera atención médica. Acababa de sufrir una afección por descomprensión o, lo que es lo mismo, “la enfermedad del buzo“, una dolencia que provoca parálisis transitoria y, en ocasiones, lesiones permanentes e incluso la muerte. Su cuerpo permaneció meses paralizado. Hoy solo tiene dormida la mitad inferior, pero no ha conseguido volver a trabajar.
Amistero nos cuenta que a él no le traicionó un tiburón, sino el desconocimiento. Había aprendido a bucear de forma autodidacta y no sabía que tenía que ascender poco a poco hacia la superficie haciendo paradas de descompresión. Subía y bajaba como podía, a veces incluso sin reloj e ignorando el manómetro. Un día, después de gastar siete tanques de oxígeno y llegar a 120 metros de profundidad, llegó la lesión: “cuando embarqué en el cayuco me pegó el dolor, en mi mero corazón, como si me clavaran una espina o un clavo, así me sentí”. “Si usted vuelve a bucear va a dejar un ataúd en casa porque va a quedar muerto”, le advirtió su médico. Desde ese día cambió las redes por el bastón y se despidió del mar. También del empleo, lleva 18 años sin trabajar.
Se calcula que en La Muskitia hay más de 2.000 afectados por esta enfermedad. Denuncian que las autoridades se han olvidado de ellos: “estamos como un perro sin dueño”, se lamenta Amistero. “Nadie nos visita, nos viene a consultar o nos da tratamiento médico. Nuestros compañeros están lamentando. Algunos están postrados como un lagarto, boca arriba caídos en la cama, sin aparatos ortopédicos, sin colchonetas de agua para tumbarse mejor”.
¿Qué lleva a tantas personas a jugarse la vida por la langosta? “La miseria”, responde Amistero. “Yo no tenía ningún trabajo, ningún salario, mi familia vivía en la pobreza […], el único proyecto era el buceo, el que no se dedicaba a ello no tenía dinero”.
Desde Ayuda en Acción llevamos más de 20 años luchando contra la pobreza que ahoga Honduras. En La Muskitia, donde la mitad de la población vive con menos de un dólar al día, desarrollamos el proyecto Prawanka, que en lengua misquita significa encuentro. Durante 12 años y con la financiación de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE) ayudaremos a sus habitantes a mejorar sus medios de vida mediante el apoyo a la pesca y la producción de cacao y granos básicos como el arroz, el frijol o el maíz.
A la costumbre de estar todos unidos se la llama en misquito “kupia kumi laka”. Y es así, solo unidos, solo con tu ayuda, como podremos conseguir un final feliz -o al menos más digno- para historias como las de Amistero y Ramón, ¿contamos contigo?