Briseyda es una de las millones de niñas que sufrió las dificultades derivadas de la pandemia de la COVID-19 para continuar con su educación. Ahora va a la escuela dos horas al día. Un tiempo corto, pero que ha dado un vuelco a su vida. “Ya he dejado de estar triste. Puedo volver a estudiar, jugar y ver a mis amigos y a la maestra. Viniendo a la escuela tengo más oportunidades para poder llegar a ser lo que quiero de mayor”, relata la joven de 10 años desde su clase en El Salvador.

Sin embargo, adaptarse a la vuelta a las clases no fue fácil para ella, como no lo fue para la mayoría de menores. Algunos de ellos estuvieron hasta dos años sin poder acudir a sus centros escolares, como ocurrió en Perú, y esto ha afectado al aprendizaje. Alrededor de 617 millones de menores en el mundo carecen de los conocimientos básicos en aritmética y de un nivel mínimo de alfabetización, según datos de Naciones Unidas.

Un problema mundial que, sumado los impactos de la crisis climática y los conflictos que han desembocado en una crisis alimentaria global, ha provocado a su vez la gran crisis de la educación: entre 10 y 16 millones de niños y niñas no han vuelto a la escuela tras la interrupción por la pandemia. Y, hasta ahora, los distintos Gobiernos del mundo no han conseguido dar una respuesta eficaz a este grave problema.

Sin embargo, en los próximos días hay una oportunidad de cambiar las vidas de millones de niños y niñas. La Cumbre para la Transformación de la Educación de Naciones Unidas que se celebrará entre el 16 de septiembre y 19 de septiembre de 2022 es un espacio fundamental para empezar a revertir esta situación y asegurar el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 –al que no llegamos para 2030, como se había comprometido–: conseguir el acceso a una educación de calidad para la infancia en el mundo.

¿Qué compromisos creemos que deben aceptarse en la Cumbre?


Icíar Bosch, responsable de educación de Ayuda en Acción, explica las dos demandas básicas que tenemos ante esta cumbre.

“Lo primero es que los países cumplan con sus compromisos relativos a la financiación”, explica Bosch, en línea a la reclamación de la Campaña Mundial de la Educación –en la que participa Ayuda en Acción– por una financiación amplia, rápida y sostenida. Además, para que esto se materialice es necesario establecer calendarios y metas concretas para que los Gobiernos y la comunidad internacional pongan en marcha medidas y políticas para cumplir con los compromisos de financiación.

“Lo segundo es la cooperación y solidaridad entre los países a la hora de escolarizar y acreditar la formación de población migrante, refugiada o solicitante de asilo. Estas dos demandas nos permitirán tener un efecto mucho más preventivo en lo relativo al abandono temprano por parte de la infancia y la adolescencia”, añade Bosch.

Un enfoque integral: esencial para mejorar la calidad educativa


En esta gran crisis uno de los graves problemas a los que nos enfrentamos es el abandono temprano y el absentismo. Uno de los factores esenciales que no se está trabajando es cómo afecta el bajo nivel educativo de las familias. Y esto se traduce en que, al contrario de lo que podría parecer, no se está democratizando la educación con el paso de los años. Las desventajas educativas se reproducen de generación en generación y, por ello, hay que abordar la educación de forma integral y entender que va mucho más allá de las matemáticas o el lenguaje. Incluye todos los conocimientos básicos para desenvolverse en la vida, así como el trabajo con las familias y con los menores teniendo en cuenta sus contextos socioeconómicos. 

Por último, y como ya incidimos en nuestra campaña por el Día Internacional de la Educación, es fundamental que el profesorado, que ha tenido que reinventarse a marchas forzadas tras la crisis de la COVID-19, pueda acceder a una formación de calidad. Desde Ayuda en Acción sostenemos que es la mejor fórmula para asegurar estándares óptimos y de excelencia en la educación.