Hambre y conflictos armados vienen desgraciadamente de la mano. En concreto, los conflictos violentos son el principal motor de las crisis alimentarias. No es que sea algo nuevo, de hecho, si pensamos en una guerra y en sus terribles efectos, además de las numerosas muertes violentas directamente asociadas a los escenarios bélicos, el hambre será, probablemente, el segundo efecto devastador que nos venga a la cabeza. Más de la mitad de las personas subalimentadas (esto es, con una ingesta calórica insuficiente) viven en países afectados por los conflictos, la violencia o la fragilidad.


Global Hunger Index 2021: las razones de su temática


Desde 2010 estamos viviendo un deterioro de la seguridad global. Con mayor o menor intensidad, hambre y conflictos armados siguen aumentando. Hablemos de estos últimos. Según los datos Uppsala Conflict Data Program (de la Universidad sueca de Uppsala) actualmente en todo el mundo hay 56 conflictos armados en donde los contendientes son bien Estados o Estados contra fuerzas rebeldes; 72 conflictos violentos en donde los contendientes son grupos armados no estatales; y 41 en donde los Estados o una fuerza rebelde son el único actor contra un grupo de población desarmado.


Por este motivo, en el último informe “Global Hunger Index 2021”, que hemos presentado desde nuestra red internacional Alliance2015, analizamos el efecto de los conflictos y la situación del hambre en el mundo.


Y es que los conflictos afectan prácticamente a todos los aspectos que integran los sistemas alimentarios, desde la producción, la cosecha, la transformación y el transporte de alimentos, hasta su financiación, comercialización y consumo. El hambre aparece no solo como una consecuencia directa de los conflictos, sino como la causa de alguno de ellos. La lucha por el control de los recursos naturales que permiten la producción de alimentos (acceso al agua, a tierras fértiles, acceso al mar…) es, en algunas ocasiones, el germen de los conflictos. En otras ocasiones, las tensiones generadas por el hambre que sufren grupos numerosos de la población son el detonante que puede generarlo.


Desde el análisis de las causas de la inseguridad alimentaria en el mundo podemos decir que actualmente las tres “c” que afectan más al hambre son la COVID19, el cambio climático y los conflictos. Todos ellos se entrecruzan para exacerbar los riesgos y vulnerabilidades de las comunidades actuando como factores en cascada o simultáneos que afectan, sobre todo, a los grupos más frágiles de la población. En el último año hay 19 millones más de personas que sufren hambre.


Los datos del hambre en un mundo en conflicto


Los datos del Global Hunger Index 2021 nos dicen que, al ritmo actual, la comunidad internacional no logrará en 2030 el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: hambre cero. Los gobiernos se comprometieron en 2015 con el ODS 2 para poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, y promover una agricultura sostenible que sea capaz de producir alimentos para todos y todas y que no dañe al medioambiente. En concreto, 47 países no llegarán a conseguirlo.


Las categorías del hambre, que en este informe se miden analizando tres indicadores globales de salud –la subalimentación (pobre ingesta calórica), la desnutrición infantil (crónica y aguda) y la mortalidad infantil–, señalan que 50 países continúan con niveles de hambre catalogados entre serio, alarmante y extremadamente alarmante. Países como la República Centroafricana (RCA), Chad, la República Democrática del Congo (RDC), Madagascar, Yemen, Burundi, Comores, Sur Sudán y Siria están entre aquellos con niveles más altos. Algunos de estos países, como Madagascar, la RCA y la RDC vienen empeorando sus niveles de hambre desde 2012, pero no son los únicos. Ecuador, Leshoto, Malaysia, Omán, Sudáfrica o Venezuela también están en esta situación de retroceso frente a los índices de hace más de 10 años. Aunque existen países que han mejorado, la velocidad de las medidas a aplicar por parte de los gobiernos continúa siendo insuficiente. Son medidas que, como mencionábamos anteriormente, deben de tener en cuenta no solo factores alimentarios, sino sanitarios, medioambientales y de construcción de paz.


Algunos retos que plantean la interacción entre hambre y conflictos


Desde la experiencia de las organizaciones humanitarias y de desarrollo apreciamos que aquellos programas centrados en fortalecer la llamada resiliencia de las comunidades, son los que mejor responden a la hora de mejorar la situación alimentaria y de seguridad de las comunidades. Comunidades con mayor formación global, con mayor capacidad para organizarse internamente, con redes de apoyo ya establecidas y acostumbradas al diálogo y al consenso para llevar a puerto proyectos comunitarios son las que tienen mayores fortalezas para responder a los retos del hambre y del conflicto.


En este contexto, los programas de desarrollo y de lucha contra la pobreza y la exclusión siguen estando entre las mejores herramientas para evitar o, al menos, mitigar, algunos conflictos, y por supuesto, el hambre. Es más difícil que los conflictos armados surjan en comunidades en donde hay desarrollo y posibilidades de vida digna accesibles a la gran mayoría de la población. Desde el lado de la intervención directa se aprecia que, en áreas en conflicto, aquellos programas orientados a la construcción de paz deben incluir también elementos que mejoren la seguridad alimentaria y viceversa.


Otro de los aprendizajes es la necesidad de incluir en los procesos de desarrollo y paz a las distintas partes o facciones cuando puedan ser identificadas. La solución al conflicto difícilmente vendrá de fuera (o únicamente de fuera). Otra de las claves es la financiación, que, como siempre, aparece como un elemento básico. Sin embargo, será necesaria una financiación de los programas prolongada en el tiempo y flexible para adaptarse a los posibles cambios de contexto que pueden darse en situaciones de inestabilidad política y social.


En los últimos años vemos cómo los conflictos tienden a enquistarse y prolongarse en el tiempo. En algunos de ellos observamos la aparición de uno o varios grupos no estatales armados que dificultan las posibilidades de soluciones políticas, que son a la larga, las más eficaces y menos costosas en vidas humanas. Aunque sea muy complejo, se deben hacer los mayores esfuerzos para resolver los conflictos mediante soluciones políticas y cambios sociales. Los actores internacionales deben utilizar su influencia para empujar a los Estados hacia una buena gobernanza, sin olvidar aquellas medidas que vayan enfocadas a reforzar el derecho internacional. Todo ello con el fin de garantizar la rendición de cuentas por las violaciones del derecho a la alimentación, como el uso del hambre como arma de guerra, una práctica que se está incrementando por las distintas partes en los conflictos que acaban, además, castigando de manera más dramática a la sociedad civil no contendiente.


Alcanzar el “hambre cero”


En los últimos años hemos aprendido que el progreso humano no es algo seguro. Una pandemia como la de la COVID-19 nos ha mostrado cuán vulnerables somos. Los efectos del cambio climático son cada vez más patentes y dañinos para un mayor número de personas en el planeta. Junto a ello, asistimos a un aumento de los conflictos que creíamos haber dejado atrás. Vivimos en un mundo donde el número de personas que sufren hambre no disminuye.


No falta la ambición, expresada en una multiplicidad de acuerdos y cumbres internacionales. No solo hablamos de la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU celebrada el pasado septiembre, sino también de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París sobre el cambio climático y la Resolución 2417 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre el conflicto y el hambre. Y por supuesto, no podemos dejar de hablar de la próxima Cumbre de Tokio sobre Nutrición para el Crecimiento y la 26ª Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático.


Los compromisos están ahí, pero se necesita que se hagan efectivos para todas las personas del planeta. Es hora de hacer realidad estas aspiraciones para garantizar el derecho a la alimentación para todos y todas, sin dejar a nadie atrás.