Alma Patricia tiene 32 años y vive en Juayúa (El Salvador). Pero no siempre lo hizo ahí. La violencia la empujó a migrar por dos veces con su hija. ¿Por qué lo hizo? ¿A qué se enfrentó en el proceso? Cada año miles de personas con un sueño vuelven a su lugar de origen como migrantes retornados. Para la infancia, retornar al punto de partida supone un trauma añadido que puede convertirse en un problema a largo plazo si no se recibe apoyo.

Ayuda en Acción desarrolla en El Salvador un programa para personas retornadas en el que la formación para el empleo y el apoyo psicológico con claves. Hoy te lo contamos a través de la historia de alma Patricia y Ana Anyeli, migrantes en 2013 y 2016, y hoy establecidas definitivamente en su país de origen.

Violencia: el comienzo de una historia común para muchas personas migrantes


Alma Patricia, casada y madre de una niña de seis años, tenía con su marido un pequeño negocio en El Salvador. Pero las pandillas les amenazaron. “Un día que estábamos trabajando los pandilleros llegaron en moto y delante de la niña mataron a mi esposo”, cuenta Alma Patricia. Todo lo que construyeron durante años se hundió en un instante. Ese mismo día huyeron a otra parte del país. Después decidieron abandonarlo. Ana Anyeli, hoy una adolescente de 13 años, tenía por aquel entonces solo seis: “recuerdo que mi madre me levantó temprano y me dijo que íbamos a salir, y para mí fue emocionante porque por aquel entonces lo veía como una aventura”.

Para la mujer, salir de El Salvador era la mejor opción para su hija: “yo tenía mucho miedo de seguir viviendo en el país, por eso lo hice”. En ese momento, nos cuenta, hubiera agradecido tener alguien que le aconsejara, conocer algunas asociaciones que le orientaran sobre formas de protegerse frente a la violencia. En aquel momento la única solución que encontró fue migrar. Su hija, ahora que lo ve en perspectiva, entiende las razones de su madre para iniciar el camino: “creo que yo hubiera hecho lo mismo”, asegura.

 

Búsqueda de un coyote: paso fundamental para las personas migrantes


Así que, manos a la obra. Con el apoyo de su familia para empezar el camino, buscó un coyote que le ayudara. Salieron en bus y llegaron hasta la casa del coyote, donde estuvieron unos días con más personas que iban a hacer el mismo viaje recibiendo instrucciones para hacer más fácil el viaje y salir exitosas en el control de migración en México.

“A pesar de que íbamos preparadas, nunca nos imaginamos lo duro que sería”, dice Alma Patricia, que recuerda el frío que pasaron, llegando a usar plásticos para abrigarse:
“Había momentos que yo quería regresarme y nunca más avanzar. Solo me animó a seguir la situación que tenía en mi país y ver que había otras personas que huían igual que ella”.

El hecho de contratar un coyote supone también un hándicap para muchas personas migrantes: no todas tienen dinero suficiente, endeudándose de forma que quedan totalmente a merced del coyote o de las mafias. Para Alma Patricia, además de la inseguridad, el viaje suponía una preocupación añadida: el gasto . La mujer pagó 6000 euros por tres intentos para ella y su hija. Como ocurre casi siempre, salió perdiendo: “había que pagar al coyote en dos momentos: al salir y al llegar al destino final, en este caso Estados Unidos”.

El retorno de migrantes: un proceso traumático


La primera vez no funcionó. Cuando las detuvieron el coyote desapareció. Ana Anyeli recuerda con claridad el momento en el que las autoridades de migración detuvieron el bus donde viajaban: “hazte la dormida”, le dijo su madre. Les pidieron que bajaran del bus por separado. A la niña le preguntaron todo lo que Ana Anyeli había ensayado: “hasta canté el himno para que me creyeran que era mexicana… y creo que lo conseguí”. Pero descubrieron los pasaportes salvadoreños en el equipaje. Ahí comenzó el primer proceso de retorno. Empezó su periplo por varios centros de detención para migrantes, en condiciones no siempre óptimas, durante 15 o 20 días. Había que esperar hasta llenar un bus de migrantes para retornarlos a todos juntos. Ya retornadas, llegaron a casas gestionadas por el ISNA. Allí les preguntaron por los motivos de haber migrado, les dieron charlas: “es lo que ahora hubiera valorado tener antes de tomar la decisión de migrar”.

Sin embargo, la sensación de inseguridad familiar seguía acechando a Alma Patricia. Estuvieron tres años moviéndose por diferentes ciudades hasta volver a la casilla de salida. En el segundo intento la cosa se complicó: el coyote que les guiaba quiso propasarse con ellas, en el puesto fronterizo amenazaron con quitarle la niña a alma Patricia… Finalmente, fueron de nuevo retornadas. Alma Patricia aceptó que ahí se acababa su sueño.

Formación para el empleo y apoyo psicológico: las claves para un retorno de migrantes seguro


Ya de vuelta, tras ser retornadas por segunda vez, Ana Anyeli pidió a su madre establecerse en un lugar. Ella accedió viendo que la niña sufría y se establecieron en Juayúa, donde siguen viviendo y donde ambas han podido rehacer sus vidas.

Alma Patricia había estudiado cosmética años atrás, pero nunca pudo cumplir su sueño de tener un salón de belleza. Gracias al programa de apoyo a migrantes retornados que Ayuda en Acción tiene en marcha en El Salvador pudo crear su propia empresa, donde atiende a sus vecinas y de la que vive su familia. La ayuda no solo fue material sino también psicológica: les ayudamos a hacer planes de vida con los que poder enfocar su presente y su futuro.

El apoyo que recibieron por parte de diferentes organizaciones, como Ayuda en Acción, fue fundamental para su proceso de reconstrucción de vidas: “si ahora me dicen que viajemos ya no lo veré como una aventura”, dice Ana Anyeli, que culmina su historia asegurando que se quiere quedar en El Salvador: “quiero ayudar a que el país siga avanzando poniendo yo también mi parte”.