La crisis venezolana ha tenido consecuencias humanitarias dramáticas para la población vulnerable en Venezuela, pero también para la población migrante en los países vecinos. El acceso a alimentos, agua y saneamiento, salud y servicios de protección humanitaria se ven gravemente afectados.
En Caracas, la inestabilidad en los precios de los alimentos, combinada con la limitación de los ingresos, impiden que las familias cumplan con los requisitos dietéticos básicos. Se estima que cerca del 47% de hogares se encuentran en condición de inseguridad alimentaria severa o crítica. La desnutrición crónica es del 28,4%, y afecta especialmente a mujeres y menores. La calidad del agua es baja y el suministro irregular. Además, escasean los artículos de higiene de buena calidad y apropiados para cada género. El 96% de las mujeres se sienten en riesgo de sufrir violencia doméstica y sexual, abuso en las calles y explotación sexual, incluida la trata.
Para las zonas de frontera y tránsito de Colombia, Ecuador y Perú, el acceso a la vivienda básica sigue siendo un desafío. Muchas personas migrantes viven en albergues improvisados que carecen de estándares básicos de dignidad y protección en los que el acceso de agua e higiene es muy deficiente. Una gran mayoría de las personas migrantes en tránsito comen una o dos comidas al día en el comedor comunitario. Del mismo modo, trabajan sin contrato formal ni acceso a seguridad social. La situación irregular generalizada y el escaso acceso a información y orientación sobre riesgos en la ruta migratoria y trámites legales dificulta el acceso de la población migrante a otros servicios como educación o salud. Se enfrentan, además, a una alta exposición a la violencia generalizada y las mujeres, en particular, a la violencia basada en género.
La pandemia ha profundizado la crisis debido al estancamiento económico y la pérdida de los medios de subsistencia. Las familias tienen ahora graves dificultades para cubrir sus necesidades alimentarias básicas.