4 de noviembre de 2020. Norlin recuerda perfectamente la fecha en que, con solo una mochila encima, aterrizó con su hijo en el aeropuerto colombiano de Cali. Ese día arrancaba una nueva vida como migrante venezolana en un país donde se siente acogida, feliz y libre de etiquetas. Hace unos meses pudimos entrevistarla en el rincón caleño donde ha echado raíces, la comuna del Bajo Aguacatal, para conocer su experiencia.
El viaje de Norlin: “no migramos por placer, salimos por necesidad”
A sus 38 años, Norlin nunca se había planteado abandonar su país, Venezuela. Tanto ella como su marido tenían un trabajo estable. Ella era maestra y especialista en seguridad industrial. Todo iba bien hasta que apareció en sus vidas la temida palabra crisis:
“A medida que el país iba decayendo, nuestro sustento cada día se hacía más difícil. Los adultos aguantábamos, pero mi hijo… Llegó un momento en que no podíamos pagar ni sus gastos básicos. Así que decidimos irnos. No migramos por placer, salimos por necesidad”.
El plan inicial era que solo migrara su marido durante unos pocos meses, los suficientes para ahorrar y volver a casa con la familia. Pero pronto la situación se volvió insostenible: “las remesas que nos mandaba cada vez daban para menos, tuvimos que empezar a vender la televisión, el DVD… para pagar básicos como la comida”.
Así fue como en 2018 toda la familia decidió establecerse en Lima. Su estancia en el país andino terminó a finales de 2020, pues no terminaban de sentirse integrados en la comunidad. La dura pandemia que acababa de sorprender al mundo no ayudaba a echar raíces. Tocaba hacer de nuevo las maletas.
Una nueva vida sin etiquetas en Colombia
Para comprar los billetes a Colombia, su nuevo destino, lo vendieron todo. En Cali aterrizaron con una mochila y poca esperanza. “Llegué a la ciudad cansada, añorando mucho a la familia, con ganas de volver a Venezuela”, confiesa. Sin embargo, pronto descubrieron que había muchas similitudes con su país, como el clima o el carácter de la gente.
“Desde el primer momento me he sentido acogida y segura. Todo el mundo nos ha recibido con los brazos abiertos: desde la casera que nos alquiló el piso al vecino que está enseñando carpintería a mi hijo para que en el futuro pueda tener su propio taller”.
El duelo emocional por abandonar su país está ya más que superado.
“Hemos echado raíces y nos sentimos felices y en casa. Además, aquí no siento distinciones entre venezolanos y colombianos. En el barrio no hay etiquetas, todos somos vecinos, todos somos, sencillamente, personas”.
Ayuda en Acción, el apoyo emocional que Norlin necesitaba
Su marido enseguida encontró trabajo en la construcción. Para ella el panorama laboral está más complicado, pues no tiene convalidado su título como maestra: “¡jamás pensé en que abandonaría mi país!”, recuerda. Además, su salud emocional se había resentido por duelo migratorio. Hasta que el equipo de Ayuda en Acción entró en su vida…
“Ayuda en Acción me ha empoderado. He podido salir de la depresión y la ansiedad con las que llegué a Colombia. Ahora confío en mí misma y estoy ilusionada con mi proyecto de vida”.
Hoy Norlin canaliza su motivación y experiencia como maestra ayudando a otras familias migrantes. Es miembro del comité de protección infantil de madres migrantes, donde apoya las necesidades educativas de muchos niños y niñas del barrio. También, con el apoyo de Ayuda en Acción, participa en la biblioteca comunitaria liderando actividades lúdicas y fomentando la lecto-escritura entre los niños y niñas con dificultades de aprendizaje.
¿Alguna vez piensa en volver?
Confiesa que la esperanza de regresar al lugar que la vio nacer sobrevuela en ocasiones su cabeza. Pero la situación de Venezuela, asegura, tendría que cambiar mucho: “ahora mismo me parece imposible, porque sé que no podríamos garantizar una calidad de vida para nuestro hijo”.
Cuando echa la vista atrás, reconoce que su camino ha estado plagado de momentos tristes, pero también de muchos aprendizajes. “Con mi diáspora he aprendido lo que es la necesidad, porque casi de la noche a la mañana pasé a ser parte de ella”, reconoce emocionada. “En el periplo nos ha tocado hacer de todo: construcción, carpintería… ¡Hemos aprendido cosas que no sabíamos ni que existían! Pero a todo le hemos sacado el lado positivo”.
Se despide con una sonrisa y una invitación a probar sus papas aborrajadas, un plato típico del país donde ya se siente como en casa. Sus vecinas y amigas se acercan ilusionadas después de la entrevista para saludarnos y arropar a Norlin por compartir su historia. Se han convertido en una gran familia y nos demuestran que la búsqueda de dignidad y oportunidades nunca tendrá fronteras.