Fernando no tiene un rasguño en la piel, pero se le quiebra la voz pidiendo que termine la violencia. Demasiado dolor compartido. Demasiado sufrimiento escuchado. Demasiada frustración cuando llegan hasta él las personas ya hechas pedazos. Este profesor, que un día se enredó por azar en el mundo de la migración, coordina el área de asistencia humanitaria del Hogar Refugio para personas migrantes de La 72 en Tenosique (México) que apoya Ayuda en Acción con financiación de la Agencia Vasca de Cooperación al Desarrollo. Hoy comparte la vida con migrantes, y también las fiestas más familiares del año.
Son miles las historias que le han contado quienes pasan por estas instalaciones, y no es fácil vivir con ello a cuestas... Ha intentado dejarlo, pero reconoce que en el fondo “esta vida le tiene atrapado”. El día que se vaya, dice, será porque ya no le queda más que dar.
Con él hemos hablado en los días previos a la Navidad, cuando quienes están en el albergue echan aún más de menos a sus familias. ¿Te quedas a verlo?
Un cambio de vida y un rescate
Cuenta que vivía despreocupado, de fiesta en fiesta y malgastando su tiempo. Recuerda cómo la casualidad quiso que estuviera en la misma gasolinera por donde pasó en 2014 la primera caravana de migrantes y cómo se unió a ellos, pese a no serlo. Necesitaban que alguien trasportara el agua y no se lo pensó. Pasó una semana abriéndoles camino a lo largo de casi mil kilómetros hasta llegar a Veracruz.
De aquella primera experiencia recuerda con cariño a Blanca, la anciana que le contó que su hijo había desaparecido y cuyo testimonio le abrió los ojos. La experiencia supuso para él una bofetada de realidad que le hizo cambiar su vida. Y entonces fueron las personas migrantes quienes, paradójicamente, le rescataron a él.
La Navidad en un albergue para migrantes
Habla con dolor del sufrimiento con el que llegan las personas al albergue. De las mujeres violentadas, de los mayores que se rompen, de los mutilados por las maras, de los menores no acompañados, del drama que siembra el crimen organizado. Pero sonríe cuando nos cuenta cómo son las navidades. Momentos de unión, de volver a ser persona y de olvidar tanto dolor.
Fernando destaca en su entrevista la labor del voluntariado, que hace posible el trabajo diario en La 72. Agradece lo aprendido de su madre y su abuela en la cocina: lleva años siendo el encargado del menú en estas fiestas.
Sabe que la carne y la música devuelven la calma y la alegría a las personas, pero solo durante un tiempo… En mitad de esta calma él tiene su deseo por Navidad: “que se detenga la violencia, que pare el odio y que las personas no tengan que migrar, que puedan elegir dónde construir un hogar en paz. Y que los menores puedan recuperar su infancia”.
El valor de la ayuda
Después de escuchar a Fernando solo quieres sumarte a un proyecto como el suyo. Es imposible que su discurso no te atrape. A pesar de tanta crudeza hay mucha belleza en su relato. Entiendes por qué tantas personas voluntarias llegan allí buscando ayudar. Y das gracias porque haya personas como ellas, hechas para darse a los demás, para aliviar la carga de otros y devolverles la esperanza que muchos perdieron en el camino.